Los museos occidentales han iniciado un proceso de reparación histórica referido al conjunto de obras que poseen producto de la conquista y dominación de territorios fuera de Europa. Un fenómeno iniciado a finales del siglo XV con el descubrimiento de América y la apertura de las rutas atlánticas al Extremo Oriente. Esta expansión del mundo conocido se tradujo en explotación económica e imposición de la cultura y la sociedad europea a territorios y poblaciones que se creían más atrasadas o inferiores. La exposición, LA MEMORIA COLONIAL EN LAS COLECCIONES THYSSEN-BORNEMISZA, se encuentra en esta perspectiva. que pretende abrir nuevos puntos de vista a la interpretación de obras de arte que fueron realizadas por los países colonizadores. Constituye, así, un ejercicio de resignificación del pasado colonial desde una perspectiva no eurocéntrica. Incluye 75 obras, 58 pinturas, esculturas y obras sobre papel de los siglos XVII al XX, y 17 recientes, llevadas a cabo por artistas contemporáneos no europeos.
El colonialismo no acabó con el fin de la trata y la esclavitud en el siglo XIX, ni con la independencia de las antiguas colonias europeas entre el XIX y XX, sino que tiene una fuerte relación con el presente en problemas como la desigualdad económica entre países y las migraciones. Se hace por tanto necesario ofrecer una mirada desde distintos puntos de vista de los cuadros, una mirada crítica, que el Museo Thyssen concreta en la perspectiva decolonial, que recoge consideraciones sociales, políticas y culturales aparte de las tradiciones europeas. Para ello la exposición se organiza en 6 apartados: Extractivismo y apropiación; La construcción racial del otro; Esclavismo y dominación colonial; Evasión a nuevas arcadias; Cuerpo y sexualidad; y Resistencia. Cimarronaje y derechos civiles. En el primero vemos obras hasta nuestros días que reflejan el interés por los recursos naturales de las tierras colonizadas, la explotación del trabajo indígena, la llegada de objetos manufacturados y las influencias e interpretaciones de sus formas culturales.
La flota holandesa fue una de las más poderosas a mediados del siglo XVII. Los bodegones dan cuenta de cerámicas chinas y vasos de América. Se reflejan bosques con animales exóticos en una suerte de paraíso terrenal. El impacto de la estampa japonesa fue relevante en el siglo XIX. Los artistas de la vanguardia se inspiraron en las formas de los llamados pueblos primitivos. Las pinturas y esculturas dan cuenta de todo ello. El segundo apartado muestra las representaciones a partir de un pensamiento racista. La idea de una superioridad sobre los pueblos atrasados o inferiores, militarmente, en conocimiento y en valores. Lo que justificaba su sometimiento y tutela. Lo observamos en las pinturas de Delacroix, de Charles Wimar, y de Paul Gauguin, donde mujeres de la Martinica se asimilan a animales y al paisaje. El siguiente apartado se centra en el esclavismo africano desde el siglo XVII, por el cual millones de africanos y africanas fueron embarcados a América. Destacan dos lienzos de empresarios esclavistas. Uno de Frans Hals, Grupo familiar en un paisaje, en el que aparece un joven sirviente de color posando en Harlem junto a la familia de Jacob Ruychaver, director del castillo de Elmina en Ghana, lugar central de la trata. Otro de Thomas Lawrence, Retrato de David Lyon, heredero de una familia de ricos terratenientes en Jamaica.
En el apartado cuarto, el paisaje colonial es el protagonista. Un paisaje que expresa la creencia que Dios eligió a los europeos para su explotación. Imágenes idílicas de un paraíso que ocultan la realidad de la violencia colonial, mientras los pobladores originarios ocupan un lugar secundario. La otra cara del colonialismo es el patriarcado, complementado con la orientación heterosexual occidental. Si el europeo es racional y civilizado, los indígenas estaban condicionados por su cuerpo, donde las mujeres fueron consideradas de libre disposición para el colono europeo, que dio lugar a la violencia sexual, y provocó un amplio mestizaje en el continente americano. Por otra parte, la mujer racializada funciona como un eslabón entre el hombre racional europeo y la naturaleza salvaje. De ahí su representación desnuda en medio de un paisaje de pintores como Max Pechstein y Otto Mueller. Finalmente, la sexta sección, nos muestra unas manifestaciones artísticas producto de su emancipación y su lucha por los derechos civiles. También la progresiva libertad de africanos y afrodescendientes. Los artistas racializados expresan sus raíces y sus maneras alternativas de interpretar el mundo.
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