LA MUJER PROLETARIA


 

En nuestras sociedades debe reconocerse la entrega en cuerpo y alma de la mujer a uno o varios trabajos precarios para sobrevivir y ayudar a los suyos. Se olvida de sí misma, de sus necesidades y deseos que le harían feliz. Todo lo hace por sus hijos, para que tengan un futuro mejor. No tanto, tal vez, por su pareja masculina, convertida en una carga machista que la oprime y la envilece cada vez más como el trabajo poco remunerado y embrutecedor. Esto le sucede a la protagonista de la película, MATRIA, escrita y dirigida por Álvaro Gago, que está inspirada en la vida de Francisca Iglesias, que cuidó del abuelo del director, y que participa en la misma película. Merecía, por tanto, la pena de reflejar los problemas y los obstáculos de la dura vida diaria de este personaje en la ría gallega de Arousa.



Ramona, la protagonista interpretada por María Vázquez, trabaja en la limpieza de la lonja de pescado, y a la vez, se embarca en los barcos mejilloneros. Todo lo que gana lo guarda para su joven hija, estudiante y trabajadora en una discoteca los fines de semana, que no le hace mucho caso, porque no está de acuerdo con que su madre viva con un hombre que bebe a menudo y la maltrata. Esta vida dura y precaria le ha provocado un carácter altivo y reivindicativo. Cualquier cambio en su rutina podría causar que su vida girase radicalmente. De esta manera, un día los directivos de la lonja traen una empresa de la limpieza que baja los sueldos más. Ella no lo acepta y se despide. Tendrá que emplearse de asistenta en una casa y cuidar a un anciano y su perro.




En otra ocasión, su pareja con la que comparte casa le es infiel. La gota que colma el vaso de su paciencia en la difícil convivencia con un hombre que vuelve a menudo borracho. Finalmente, su hija le quita el dinero que estaba guardando para ella. Esto hace que decida cortar con todo el mundo que le rodea y que le hace profundamente infeliz. Sigue el consejo de su amiga que la ve sufrir a diario. De nuevo, tendrá que comenzar desde cero, ahora lejos, teniéndose así misma, libre de ataduras, con la fuerza de su personalidad insatisfecha, y la clarividencia de que ella debe ser la primera ante todo.

POESÍA DE LA ESPERANZA


 

Pocas veces sucede, y de manera sorpresiva, que al final de la proyección de una película se presente la directora para entablar un coloquio con los espectadores. Esto nos sucedió al ver LOS REYES DEL MUNDO, de la realizadora Laura Mora, recientemente ganadora de la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, que se presentó al público para hablar de las claves de su obra. Una película que hay que entender con una perspectiva poética, cuyas raíces se encuentran en Pasolini y en la filosofía de Thoreau. Los elementos son de extraordinario realismo con personajes, niños de las calles de Medellín, que se ganan la vida como pueden, en medio del conflicto colombiano, de la desigualdad, y las múltiples violencias producidas por el enfrentamiento entre ricos y pobres.



Los paramilitares al servicio de las clases superiores arrebataron las tierras a muchas familias para organizar grandes latifundios. Ahora el gobierno, tras el fin del conflicto, está restituyendo esas tierras. Unos jóvenes, cinco amigos, interpretados por actores debutantes, todos huérfanos, que se drogan para sobrevivir en la calle, emprenden un viaje a la remota región donde la abuela de uno de ellos tenía una propiedad con una casa para ser libres y construir su propio mundo, sin sufrir la opresión de la pobreza. Viajan en camiones de mercancías, algunos con sus bicicletas, atraviesan elevadas montañas y parajes inhóspitos. En una auténtica road movie se enfrentan a numerosos peligros, las gentes de todo tipo con las que se encuentran que los consideran una amenaza. 



Al final de su largo recorrido llegan a donde se habían propuesto. En el camino han desaparecido dos jóvenes, uno asesinado y otro fallecido por su propia violencia. Descubren que los papeles de su propiedad no les da el derecho a poseerla. Además hay en la cercanía una mina a cielo abierto de oro que incluye las tierras de la abuela. La directora presenta todo como un viaje poético y de ensueño hacia la utopía de la libertad y la igualdad. Dice que el mundo es horroroso, pero la vida es maravillosa. La violencia se contrapone con la belleza de los parajes naturales donde se puede vivir en armonía. Para ello es necesario la rebeldía y la lucha contra los poderosos que han desposeído a los pobres. Espera el sueño de los hombres, es decir de los opresores, para ser libres y existir en comunión con la naturaleza. 

FOTOGRAFÍAS EN COLOR DE JACQUES H. LARTIGUE


 

La Fundación Canal organiza la exposición, LARTIGUE. EL CAZADOR DE INSTANTES FELICES.FOTOGRAFÍAS EN COLOR, sobre este artista cuya vida y obra se extiende por casi todo el siglo XX, pues nació en 1894 y murió en 1986. Educado en un ambiente de clase acomodada en contacto con los avances técnicos de la época pronto, siendo un niño, empezó a practicar la fotografía. Ha pasado a la historia por ser el fotógrafo de la belle époque y el maestro de Cartier-Bresson, por perseguir captar con la cámara instantes felices, motivos en movimiento en la calle. Además por ser el primer artista francés en donar su obra al Estado, un total de 120.000 conservadas. La mayoría en blanco y negro, de las cuales un tercio solo son en color. Esta parte de su obra es el objetivo de la presente exposición, asociada con su vocación de pintor, pues el artista afirmaba que veía la vida en color.



Desde muy joven, a la par de la práctica de la fotografía, se formó como pintor, hasta el punto que dejará la fotografía entre 1920 y 1930, para dedicarse al diseño de moda y a la decoración. De todas las maneras hay que considerarlo como un pintor-fotógrafo al compaginar ambas actividades y complementarlas una con otra. El color fue un reto para la técnica fotográfica, y así se lo tomó, Lartigue, que desde 1912 empleó el autocromo, el procedimiento inventado por los hermanos Lumière para dotar de color a las imágenes. El inconveniente es que requería unas exposiciones muy largas y no se podía por tanto captar el motivo en movimiento. La exposición nos muestra un conjunto extenso de ellos de este periodo con una visión estereoscópica que facilitaban que la imagen envolviera al espectador.



A partir de 1945 se inventó el kodakchrome, un desarrollo que permitió al autor desarrollar todo su talento como pintor-fotógrafo. La consagración como maestro le llegó con su primera exposición como maestro en el MOMA de Nueva York en 1963. También su conocimiento en EEUU, y el aprendizaje que el artista realiza de la fotografía que aquí se practica. En color llegaría a captar sus famosos instantes felices, de un mundo en pleno desarrollo hacia la modernidad y felicidad, en la Costa Azul francesa, además de sus experimentaciones con imágenes de flores. Igualmente, se emplearía como fotógrafo de la prensa ilustrada, dando cuenta de los acontecimientos más relevantes del momento. En 1970, publicará Diario de un siglo, donde se combinan su imágenes con extractos de su diario, como hace la muestra madrileña. Finalmente, ésta termina con la proyección paralela entre sus imágenes en blanco y negro de antes de la Primera Guerra Mundial y aquellas más recientes en color, que nos informan de un fotógrafo precoz, testigo de un siglo en constante cambio, primero en París y luego, en el resto del mundo, que él asimiló como un aprendiz y a la vez maestro.



VACACIONES PARA EL RECUERDO


 

Cada época de nuestra vida deja sus propios recuerdos. Influye la edad y la madurez que tenemos. Aquellos que provienen de nuestra infancia dejan espacios sin comprensión en lo que respecta a los adultos. Tenemos una relación distinta con el mundo. Estamos circunscritos a nuestro espacio vital y al tiempo que vivimos. Mientras descubrimos la realidad de nuestro entorno, aquellos aspectos que alguna vez nos afectarán, dependemos de quienes procuran nuestro cuidado, porque todavía no podemos valernos por sí mismos. Esto le sucede a la protagonista de la película, AFTERSUN, escrita y dirigida por Charlotte Wells, cuando era una niña de 11 años que recuerda las vacaciones que pasó con su padre en la costa turca hace 20 años, un tiempo especial en el que ambos se mostraron un amor singular que dejó huella en su memoria.



Más de dos décadas después, la joven ya adulta recuerda esos días que pasó junto a su padre. Tiene a su disposición una cámara de vídeo analógica con la que se grababan. No existían los móviles todavía. Casi todo el tiempo lo pasaron juntos sin separarse. Fueron días tranquilos en un complejo costero con playa y piscina. Fue un tiempo cuando vivió sus primeras experiencias con otros jóvenes que pasaban las vacaciones en el mismo lugar. Con unos adolescentes con quienes nadaba y jugaba al billar, y con un chico de su misma edad con quien se besó por primera vez. Pero sobre todo, con su padre a quien no vería mucho después. Estaba divorciado de su madre que residía como ella en el Reino Unido. Un tipo peculiar que practicaba el taichí por aquella época sin muchos recursos, sumido en el drama de no poder dar un entorno acogedor a su hija.



Esas vacaciones dejaron una profunda huella en su memoria, cuyo recuerdo configura las imágenes de la película. Parece ser que la directora en esta primera obra cinematográfica la dedica a ese recuerdo autobiográfico, limitado por un lado, por su propia edad, y por otro, por lo que el padre le decía, mientras ella se informaba del mundo alrededor. Pero quiere comprender que a la vez que fueron momentos en que ambos mostraron un gran afecto como padre e hija, también hubo ciertas disparidades, como la noche que ella se quedó sola en el karaoke, y él se fue a la habitación, porque no creía en su capacidad de darle los recursos suficientes para desarrollar su talento. Sin embargo, aprendió ese gusto por la imagen a través de las primeras grabaciones con la cámara que tenía su padre que inmortalizaron el momento de despedida, y de un tiempo irrepetible.

LA FAMILIA DE ACOGIDA



Ser una persona callada denota introversión, pero también un reflexión particular para entender su entorno. Mejor que precipitarse en juicios y opiniones inadecuadas. Pudiera ser, por otra parte, que fuera signo de abandono y soledad. Entonces, la falta de palabras expresaría un sufrimiento interior por lo que le sucede ante un contexto hostil que en cierto modo no le comprende y le margina. Esto le sucede a la niña protagonista de la película, THE QUIET GIRL, escrita y dirigida por Colm Bairéad, que en la Irlanda rural de 1981, es enviada con una familia lejana para pasar el verano. Las circunstancias de su casa son difíciles, muchos hermanos y pobreza. Apenas recibe alimento y es atendida por su madre que espera otro hijo. A sus nueve años, no tiene amigas y apenas habla. Es frágil y se esconde de quienes le rodean.






En medio de la campiña irlandesa, a orillas del mar, la nueva familia, no tiene hijos, y le ofrecen hospitalidad. Son primos lejanos de la madre. Al principio, sobre todo el padre, le extraña mucho por ser chica. La nueva madre le  viste como puede. Lo primero que encuentra en el armario, ropas de chico de su misma edad. Poco a poco se da cuenta de las diferencias con su familia. Le cuidan en todo lo posible con la alimentación y la higiene. Le compran vestidos de chica y le dan dinero para que se lo gaste. Le enseñan los trabajos de la granja para ayudar en la medida de lo que pueda. Limpiar los establos de las vacas y traer el agua del pozo. También es bien recibida por los vecinos de la comarca que se apoyan mutuamente en las labores ganaderas y en los acontecimientos sociales.






En uno de estos acontecimientos, descubrirá que su nueva familia tuvo un hijo que murió accidentalmente. Por eso que le vistiesen al principio con ropas de chico y la decoración de su habitación tuviese pintado en el papel de las paredes pequeños trenes. Sin embargo, el verano llegará a su fin, y la estancia idílica con su familia de acogida. Un día recibe una carta de su madre que debe regresar porque pronto empieza el colegio. Le espera, otra vez, un entorno difícil y descuidado, rodeado de sus hermanos, con su madre desbordada por las laboras de la casa con un padre ausente, más preocupado por la bebida y el juego, que por el trabajo. Sin embargo, habrá descubierto el amor que se tiene por un padre y una madre, un ambiente saludable para ser feliz y hacerse mayor emocionalmente con tranquilidad.
 

SOROLLA RETRATISTA


 

El Museo del Prado organiza la exposición, RETRATOS DE JOAQUÍN SOROLLA EN EL MUSEO DEL PRADO, con motivo de la celebración del centenario de su muerte, que reúne en tres salas del mismo la mayoría de las obras que posé del autor, un total de 23 de las que 18 son retratos. La ocasión nos permite contemplar obras que habitualmente no se encuentran expuestas o recientemente adquiridas y restauradas, especialmente en la sala dedicada a la misma, presidida por el retrato de La actriz María Guerrero como La dama boba, confrontado a la entrada con el retrato fotográfico de Sorolla realizado en 1901 por Antonio Peris, con quien se formó. La pequeña muestra nos informa de la evolución del artista en este género del que será una referencia internacional.



Muchos de los retratos son donaciones familias de la alta sociedad de su tiempo al museo, fruto de la valoración del artista valenciano en tanto considerado como continuación de los grandes maestros españoles del género como El Greco, Velázquez y Goya. De hecho estudió las formas y maneras de cada uno de estos grandes pintores, especialmente del segundo, pues hizo obras con referencias expresas a ellos, a su manera de aplicar la pincelada, a sus composiciones, al color, e incluso a su vestuario. Sorolla mostró su enorme talento como aquellos en la representación del natural y en la captación de la personalidad del retratado. También mostró una gran sensibilidad cromática de negros, grises y blancos.



El artista estuvo comprometido a principios del siglo XX con el regeneracionismo, y dentro del mismo con la Institución Libre de Enseñanza, que le permitió el conocimiento y la amistad de una serie de personajes fundamentales de ese tiempo. De esta manera se exhiben los retratos de Manuel Bartolomé Cossío, escritor, y autor de la primera monografía de El Greco, primer patrono del Museo del Prado, y sucesor de Francisco Giner de los Ríos en la dirección de aquella prestigiosa institución, cuyo retrato también se encuentra en la exposición. El primero de ellos es de formato vertical, el más habitual casi de cuerpo entero, y el segundo horizontal, que favorece la captación de una pose instantánea en movimiento.



El artista estuvo relacionado, igualmente con otros escritores e intelectuales de su tiempo a los que retrató, como Rafael Altamira, Jacinto Felipe Picón y Pardiñas, Francisco Rodríguez de Sandoval, y pintores, como Manuel Rico, cuyo retrato ha sido recientemente adquirido, o Aureliano de Beruete con quien le unió una estrecha amistad, y de quien recibió una extraordinaria influencia como mentor. Su retrato preside la sala 62A del museo de los artistas del siglo XIX, convertido en una obra maestra.