Cada época de nuestra vida deja sus propios recuerdos. Influye la edad y la madurez que tenemos. Aquellos que provienen de nuestra infancia dejan espacios sin comprensión en lo que respecta a los adultos. Tenemos una relación distinta con el mundo. Estamos circunscritos a nuestro espacio vital y al tiempo que vivimos. Mientras descubrimos la realidad de nuestro entorno, aquellos aspectos que alguna vez nos afectarán, dependemos de quienes procuran nuestro cuidado, porque todavía no podemos valernos por sí mismos. Esto le sucede a la protagonista de la película, AFTERSUN, escrita y dirigida por Charlotte Wells, cuando era una niña de 11 años que recuerda las vacaciones que pasó con su padre en la costa turca hace 20 años, un tiempo especial en el que ambos se mostraron un amor singular que dejó huella en su memoria.
Más de dos décadas después, la joven ya adulta recuerda esos días que pasó junto a su padre. Tiene a su disposición una cámara de vídeo analógica con la que se grababan. No existían los móviles todavía. Casi todo el tiempo lo pasaron juntos sin separarse. Fueron días tranquilos en un complejo costero con playa y piscina. Fue un tiempo cuando vivió sus primeras experiencias con otros jóvenes que pasaban las vacaciones en el mismo lugar. Con unos adolescentes con quienes nadaba y jugaba al billar, y con un chico de su misma edad con quien se besó por primera vez. Pero sobre todo, con su padre a quien no vería mucho después. Estaba divorciado de su madre que residía como ella en el Reino Unido. Un tipo peculiar que practicaba el taichí por aquella época sin muchos recursos, sumido en el drama de no poder dar un entorno acogedor a su hija.
Esas vacaciones dejaron una profunda huella en su memoria, cuyo recuerdo configura las imágenes de la película. Parece ser que la directora en esta primera obra cinematográfica la dedica a ese recuerdo autobiográfico, limitado por un lado, por su propia edad, y por otro, por lo que el padre le decía, mientras ella se informaba del mundo alrededor. Pero quiere comprender que a la vez que fueron momentos en que ambos mostraron un gran afecto como padre e hija, también hubo ciertas disparidades, como la noche que ella se quedó sola en el karaoke, y él se fue a la habitación, porque no creía en su capacidad de darle los recursos suficientes para desarrollar su talento. Sin embargo, aprendió ese gusto por la imagen a través de las primeras grabaciones con la cámara que tenía su padre que inmortalizaron el momento de despedida, y de un tiempo irrepetible.
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