La pérdida de un ser querido supone un duro golpe para el entorno familiar. Más dramático cuanto más estrecha sea la relación con la persona. Si es un niño quien sufre esta circunstancia el dolor es doble por la mayor dependencia afectiva que tiene. Es lo que le sucede a la niña protagonista de la película, VERANO 1993 (Estiu 1993), escrita y dirigida por Carla Simón, que recibió el premio a la Mejor Ópera Prima en el Festival de Cine de Berlín, para una historia que cuenta su propia experiencia durante la niñez. Un periodo de duelo ante la muerte de su madre, que marcaría su infancia e influenciando su personalidad ante la vida.
Este periodo de dolor por la desaparición de la madre, lo sufre la niña protagonista, Frida, en verano. Lo va a pasar con gran dificultad junto a sus tíos y una prima en una casa de campo en un aislado paisaje natural. No estuvo en contacto con su progenitora los últimos días de su grave enfermedad infecciosa, protegida por sus abuelos y sus tíos. En un ambiente rural, en contacto con la naturaleza y los que serán sus nuevos padres, padecerá el sentimiento de pérdida. Un sentimiento de soledad y tristeza que influye un comportamiento no siempre positivo, a pesar de que le tratan como una verdadera hija. Echa mucho de menos a la madre y las oraciones le ayudan de alguna manera a sobreponerse.
De todas maneras, se comportará mal con su prima Anna, más joven todavía que ella, al abandonarla en el bosque, simulando un juego y dejándola que se meta en el río sin saber nadar. Siente que no es su hermana real, por mucho que sea muy buena con ella y sea su compañera de juegos. La cámara de la directora se centra siempre en Frida, pero también en Anna, y el ritmo de la historia depende de sus acciones. Un día, la primera, se quiso escapar de la casa por la noche. Sentía despecho, falta de amor y quiso irse de ese ambiente familiar, que percibe como artificial, sin autenticidad. Sin embargo, por mucho que sus tíos quieran tratarla como una hija, sentirá el dolor, muy profundo, por la desaparición de la madre.
El estilo cinematográfico de la directora ayuda a retratar de manera fidedigna el vacío que siente la niña protagonista. Un estilo sobrio y realista centrado en ella durante la mayoría del tiempo. Planos generales y extraordinarios primeros planos que resaltan el aspecto psicológico de Frida a través de su profunda mirada, que observa el entorno e intenta comprender las circunstancias que vive, y entenderse, igualmente, a si misma. El espectador no hubiera podido captar todos los matices sin la interpretación natural de las niñas actrices, que aparecen ante la cámara por primera vez. La mirada singular de Carla Simón resulta fundamental para extraer lo mejor de la actuación.