La Sala Canal de Isabel II presenta la exposición, GONZALO JUANES. UNA INCIERTA LUZ, la primera antológica dedicada a este fotógrafo bastante desconocido que perteneció al grupo AFAL. Un desconocimiento fruto de su carácter tímido y autoexigente, además, por no centrarse profesionalmente en el medio, aunque muy vinculado por su labor crítica y su práctica solo publicitada a sus amigos. Fue influenciado por Cartier-Bresson y Robert Frank, y también por el trabajo de Nicolas Müller en sus inicios a quien llegó a tratar personalmente. La fotografía de Gonzalo Juanes no tiene una motivación narrativa externa a él, sino es el mismo y sus circunstancias lo que transmiten sus imágenes. Al principio de su carrera, se centró en el retrato y en la fotografía en blanco y negro. Luego abandonó tanto a uno como a otro al encontrar un estilo propio. Se cuenta que en un traslado perdió los negativos guardados en un armario. En la exposición se muestran algunos ejemplos que se conservan de finales de la década de los cincuenta. No volvería a ella hasta los años noventa, que también se exponen.
En los años sesenta se pasaría al color, en concreto a la diapositiva, a partir de carretes de la marca Kodacrome, que le ahorraron el trabajo y el tiempo en el laboratorio, bastante ingrato e impreciso para el fotógrafo, en su afán de perfección tonal. Coincide con su traslado a vivir a Asturias, su región natal, abandonando Madrid y su efervescencia cultural a la que volvería por motivos familiares, pues su mujer nació en la calle Vallehermoso. La capacidad de captar la riqueza del color y los matices lumínicos de esta técnica, le ayudaron a expresar claramente lo que pretendía fotografiar, la realidad del momento, su mundo circundante. Un estilo realista, centrado en documentar las costumbres, los paisajes urbanos y naturales, su propia vida, pero a la vez lírico y emotivo. Su obra está construida como lo refleja la exposición en series principales, como Asturias, El parque, Juegos, Crisis y Soledad o Punto Final que se extienden en el tiempo, y otras más concretas que realizó en un día, como El Descenso del Sella y La calle Serrano de Madrid.
A través de sus fotografías observamos por una parte, las gentes de Asturias con sus costumbres antiguas, en romerías y fiestas en las que participa el fotógrafo sin llamar la atención. En ellas, tiene un especial gusto por captar los grupos de personas sin una pose determinada, a veces atendiendo a un rostro con una mirada furtiva entre personas de espaldas. En otras, aparecen agrupadas informalmente ante el objetivo, o en momentos captados espontáneamente por la cámara. Por otra parte, los paisajes naturales, verdes y montañosos con esa luz neblinosa del norte. También paisajes urbanos de Gijón, centrados en la decadencia industrial y la fealdad de una ciudad descuidada con el paso del tiempo. Fuera de su región de nacimiento, destaca la pequeña serie que capta a un grupo de jóvenes en una terraza un domingo tomando el aperitivo en el Madrid burgués de la calle Serrano. Lucen tanto hombres como mujeres sus mejores galas para la ocasión. Captan un tiempo y una realidad pasada de forma original, como si la mirada se entrometiera en una realidad ajena, que se deja, de todas maneras, reflejar.
Al final, la vejez, la soledad, la enfermedad, la muerte, los objetos deteriorados por el tiempo, son los temas de su fotografía. Su maestría perdura en las que parecen sus últimas imágenes teñidas con una cierta desesperanza. Sin embargo, ya a comienzos del siglo XXI, llega un pequeño reconocimiento para esa actividad que pocas veces salió a la luz, en su ciudad natal y en el lugar donde estudió el Bachillerato. Después de una longeva vida, con la presente exposición podemos conocerla además de su obra artística, siendo un merecido y completo homenaje.
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