LA PINTURA Y ESCULTURA VAN DE LA MANO



 El Museo del Prado presenta la exposición, DARSE LA MANO. ESCULTURA Y COLOR EN EL SIGLO DE ORO, que reúne casi un centenar de esculturas de los grandes maestros españoles del siglo XVI, XVII y XVIII, así como pinturas, dibujos y grabados. Constituye, así, un conjunto magnífico que reflexiona sobre la relación entre la pintura y la escultura devocional, que pretendía la verosimilitud, ser lo más realista posible, para su finalidad de persuasión y transmisión de la doctrina cristiana, en una época de máxima valoración de las imágenes sagradas, según el espíritu de la Contrarreforma. El conjunto se organiza en siete secciones, que distribuyen perspectivas diferentes, desde el tema común de la interacción de la pintura y la escultura, según la idea del teórico Antonio Palomino, que exaltaba la colaboración entre ambos para crear un prodigioso espectáculo. 




En la primera sección, Dioses y hombres de bulto y colores, encontramos que aquellas esculturas del mundo grecolatino, que se creían mostrando el blanco del mármol, estaban coloreadas. Unas obras que nos informan de la escultura como mejor representación del ser humano y encarnación de los dioses mitológicos. En este periodo, y posteriormente, se llegó a utilizar mármoles y piedras de colores, además de la pintura, para colorear las estatuas de todo tipo. Se llegó a crear una Escultura para la persuasión, título de la segunda sección, que tuvo en la Edad Moderna, su época dorada, relacionada con la literatura devota, que contaba historias prodigiosas sobre imágenes que adquirían vida. Unas imágenes de bulto redondo más realistas que el ilusionismo pictórico, aunque ésta colaboraba en su narrativa junto a las estampas.



La escultura devota se hizo protagonista de esta manera. Una escultura coloreada a la que se unieron postizos, telas y joyas. La materia fundamental fue la madera, más barata y fácil de trabajar, para luego pintar y resultar más persuasiva. La tercera sección, llamada, Artífices y mediadores humanos, nos subraya el culta a san José y a su oficio de carpintero, a los ángeles y personajes bíblicos, e incluso el mismo Dios, quien intervino en la creación de las imágenes. En la siguiente sección, Volumen y policromía, nos encontramos un conjunto sobresaliente de ejemplos escultóricos de primer orden. Observamos obras de Juan de Juni, Alonso de Berruguete, Gaspar Becerra, Pedro de Mena, Martínez Montañés, provenientes de obras señeras de nuestro patrimonio como el retablo mayor de la catedral de Astorga. La exposición mantiene, a lo largo de su recorrido, un nivel alto de representación artística, pues antes, nos habíamos enfrentado a ejemplos de José de Ribera y Alonso Cano, como pintor y escultor, y a obras emblemáticas de Gregorio Fernández como un Cristo a la Columna y La Inmaculada Concepción.



La quinta sección, Negro de luto en un juego de espejos, trata sobre una imagen devocional, envuelta en la leyenda, con mucho éxito en el mundo hispánico, la Virgen de la Soledad, creada por Gaspar Becerra para un cofradía penitencial madrileña protegida por Isabel de Valois. Una imagen escultórica luego reproducida por la pintura, la estampa, y múltiples copias escultóricas en las décadas siguientes. El espacio lo preside un ejemplo de Luis Salvador Carmona, y al fondo otra representación atribuida a Sebastián Herrera Barnuevo. Se complementa, con la crítica ilustrada de mano de Goya. Una de las secciones más espectaculares lo forma la denominada, Escultura, teatro y procesión, donde se incluye un paso gigante de Semana Santa de mano de Gregorio Fernández, donde podemos comprobar muy cerca el carácter dramático, de formas escultóricas y colores vivos. Se complementa con piezas curiosas como un José de Arimatea Nicodemo de época bajomedieval, reciente adquisición del museo. 



El final del recorrido no deja indiferente al visitante al conjugar en un espacio propio, un Cristo yacente de Gregorio Fernández y un telón de lienzo gigante, del mismo tema. Corresponde a la séptima sección titulada, El círculo cerrado: de la traza al trampantojo a lo divino, donde se aborda también, la representación pictórica de esculturas en entornos monumentales, al que pertenecen el Cristo crucificado de Carreño de Miranda, o el Cristo de Ocaña de Luca Giordano. Al final, queda demostrada, la profunda e intensa colaboración entre pintura y escultura, con relevantes ejemplos y artistas de primer nivel, que llegaron a participar incluso de las dos disciplinas.

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