El Museo Thyssen presenta la exposición, PROUST Y LAS ARTES, que ilustra a través de un formidable conjunto de pinturas, dibujos, grabados y libros, la importancia y la significación de las artes en la obra de este escritor francés, principalmente en la serie, A la búsqueda del tiempo perdido, que nos permite conocer sus gustos personales, y los de las clases altas, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. De todas las maneras, su trayectoria se inicia con su interés por la pintura desde la adolescencia, como queda reflejado en su libro de poesía, Los placeres y los días, una época de su vida donde frecuentaba el Museo del Louvre, y numerosas colecciones y exposiciones particulares parisinas, interesándose por la pintura holandesa del siglo XVII, la italiana del Renacimiento y la francesa de su época. Le influyeron los pintores, Turner, Whistler y el teórico Ruskin.
Proust, por tanto, combina sus intereses y gustos estéticos con sus propias relaciones sociales y afectivas. Las pinturas de las distintas secciones no lo ilustran, desde sus propios retratos, hasta de sus allegados y amigos. Lo mismo sucede con el París tras las transformaciones urbanísticas de Haussman, captado en sus matices por las pintura impresionista, que forma un grupo significativo de esta muestra. Monet es el modelo, entre otros, para su prototipo de pintor, Elstir. Por otra parte, podemos descubrir a través de distintos retratos y personajes, aquellos salidos de su pluma, como Charles Swann, representante en la novela de la alta burguesía culta, refinada, atraída por el coleccionismo artístico, la crítica y la historia del arte; o la duquesa de Guermantes y el barón de Charlus, aristócrata, poeta y homosexual. Desde este punto, nos dirige al interés del escritor por Italia, concretado en dos viajes que hizo a Venecia, bajo la dirección de los libros de Ruskin, interesado por la arquitectura gótica en un ambiente evocador.
Proust se interesó por la moda, que le permitiría contactar con artistas españoles como Mariano Fortuny hijo, y por razones personales, con Raimundo de Madrazo. El Retrato de la condesa de Noilles, de Ignacio Zuloaga, nos hace pensar hasta dónde llegaban sus contactos con la clase alta parisina. Después de Venecia, hay un espacio de la visita dedicado a las catedrales góticas, guiado por Ruskin, una vez más, y el historiador del arte francés, Émile Mâle. Proust, no sólo miró al pasado, sino también a los cambios de gusto de la época. Ya sabemos su conocimiento del arte impresionista, ampliamente representado, sino también por el simbolismo, y el desarrollo de las vanguardias entorno a la Primera Guerra Mundial. El escritor junto a Reynaldo Hahn, siguieron con pasión, los Ballets Rusos de Diághilev.
Los últimos espacios del recorrido ilustran con pinturas las creaciones de ficción de Proust, como Balbec, un lugar indeterminado de la costa francesa, y al pintor prototipo, Elstir, una mezcla de varios artistas del pasado, y de su propia época como el americano Harrison, su amigo Helleu, o Whistler, Moreau, y sobre todo, Monet. El último espacio muestra todos los volúmenes en primeras de ediciones de su magna obra, especialmente referido al tiempo transcurrido tras la Gran Guerra, el llamado, Tiempo recobrado, entendido como epílogo de su propia vida, personal e intelectual. Las imágenes del artista en su lecho de muerte, y los poderosos autorretratos de Rembrandt, subrayan el implacable y destructor paso del tiempo.
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