EL FIN DE LA VIDA


 

La esperanza de vida es cada vez más prolongada en las sociedades desarrolladas. Hoy resulta habitual superar los ochenta años, lo que ha provocado que los contingentes de población de mayor edad sean más numerosos. La asistencia y los avances médicos han contribuido a este hecho. Además, existe mayor interés en la población por los hábitos saludables relacionados con la alimentación y la práctica deportiva. El objetivo es tener buenas condiciones físicas y la autonomía suficiente para tener una calidad de vida óptima. Frente a los deseos de vivir más y mejor, se encuentra la realidad de la muerte, del fin de la existencia, que hoy, más que nunca se oculta, y surge como un nuevo tabú, que hay que descubrir, y convertir, en una característica asociada al ser humano. La película, EL ÚLTIMO SUSPIRO, del famoso director nonagenario, Costa Gavras, basado en el libro homónimo de Régis Debray y Claude Grange, trata sobre afrontar ese periodo final, de manera que se minimice el sufrimiento ante un abismo al que apenar no puedes ni mirar.



La película comienza cuando al filósofo Fabrice Toussant, le descubren una mancha en el tórax, tras hacerle una resonancia, a la que no le dan importancia, a la espera de su evolución. En una de las pruebas, se le acerca para saludarle, el doctor Augustin Masset, quien le invita a conocer la unidad de cuidados paliativos, que dirige, y los más diversos casos con los que se enfrenta a diario. Casos de enfermos terminales aquejados de dolencias mortales, cada uno con características propias, maneras dispares de situarse ante el último suspiro. La sabiduría del doctor le enseña que los deseos del paciente son prioritarios, como aquella mujer que quería morir, no en el hospital, sino en su casa después de comer unas ostras y un vino maridado; otros, rodeado de su familia, tras hablar con su perro, o con sus amigos moteros; o como aquella gitana en su caravana junto a su marido y su numerosa prole.



El filósofo es testigo que el miedo a la muerte lleva a desconocer cuando ésta se produce, a perder el sentido de la realidad, como el dramático caso de la joven veinteañera que está haciendo planes, cuando la llevan sin remedio al centro de paliativos; en cambio, su conocimiento y aceptación, te permite saber, y decidir hasta cierto punto, el momento idóneo del deceso, como aquella profesora que buscaba un sentido último a este fenómeno humano e inhumano, un destino para su alma o su desaparición. La película termina cuando la última revisión del filósofo indica que su mancha ha crecido, por lo que sufre un auténtico pánico, un miedo enorme, a pesar de lo que ha conocido, o por ello, en el centro de paliativos. Su entorno, el sabio doctor Masset, ahora convertido en su amigo, le aconsejan que debe empezar a luchar por su sanación.

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