A comienzos del siglo XX, se desarrolla una auténtica revolución en la pintura. La protagonizaban los artistas de vanguardia. Aquellos que educados en unas formas tradicionales, querían aportar una concepción nueva, más avanzada, de entender el arte. Unos, como Pablo Picasso y Henry Matisse, alcanzaron pronto el reconocimiento, y encabezaron estilos novedosos como el Cubismo o el Fauvismo; otros, en cambio, no tuvieron ese reconocimiento o murieron jóvenes, quedando relegados al juicio de la posteridad. Es el caso del famoso artista del mismo nombre, que protagoniza la película, MODIGLIANI, TRES DÍAS EN MONTPARNASSE, dirigida por Johny Depp, basada en la obra de Dennis Mcintyre, que cuenta la frustración por no ser suficientemente valorado por los coleccionistas en el París de 1916, durante la Primera Guerra Mundial.
La obra de Amedeo Modigliani alcanza hoy en las subastas precios astronómicos, pero a comienzos del siglo pasado, era escasamente valorada. El artista vivía por ello en la pobreza, junto a otros de su misma condición, como Maurice Utrillo y Chaim Soutine, que los vemos en la película, unidos por sus juergas nocturnas por las calles de París. Modigliani buscaba el reconocimiento de su creatividad, no tener que vender sus cuadros y esculturas como un artista ambulante. También, haciendo retratos de damas en restaurantes y cafés, que muchas veces acababan con altercados. Si bien confiaba en su marchante, Zborowski, se dio cuenta rápido, que se beneficiaba por las ventas de sus pinturas, sin retornarle los ingresos que obtenía. En esos días de 1916, que narra el argumento, ante esta situación improductiva, Modigliani le pide dinero para regresar a su ciudad natal, Livorno, lugar donde se sitúan muchos de sus sueños de la infancia.
La guerra, sus recuerdos de una infancia difícil junto a su madre, la muerte que se apodera de la capital francesa por la incesante violencia, la tuberculosis que le hace toser sangre, llenan los días y las noches de aquella época. Solamente la compañía de su novia, la periodista, Beatrice Hastings, que a la vez hace de modelo, le alivia el sufrimiento y la espera de un coleccionista que parece interesado en sus obras, un personaje llamado, Gangnat. Luego se enterará, que era un engaño del marchante para retenerle en París. Además, el encuentro con el coleccionista será la causa que incremente su ira por no tener el suficiente reconocimiento. Le dirá que su pintura apenas valen unos pocos francos, a diferencia de su esculturas. La película termina cuando Modigliani, desesperado, destruye las obras que tenía en su casa taller lanzándolas por la ventana.