LA FOTOGRAFÍA DE WEEGGE


La Fundación Mapfre de Madrid presenta la exposición, WEEGGE. AUTOPSIA DEL ESPECTÁCULO, que reúne unas cien obras y distintos materiales sobre el fotógrafo, Arthur H. Fellig, de ese apodo, proveniente de la palabra, ouija, médium, pues sabía adivinar dónde se producirían mortales sucesos en la noche neoyorquina y captarlos de una forma especial. Su obra tiene dos etapas, una entre 1930 y 1940, como fotoperiodista de la prensa sensacionalista, que le proporcionó fama, y otra, desde 1948 hasta su fallecimiento, después de su traslado a Hollywood, cuando se dedica a la caricatura de las estrellas de cine. La exposición pretende unir ambas bajo un mismo propósito, mostrar la sociedad del espectáculo que se estaba desarrollando en aquella época, y su crítica, anticipándose, se ha dicho, a la Internacional Situacionista e inauguraba una modalidad visual. Weegge provenía de una familia judía ucraniana emigrada a EEUU a principios del siglo XX, lo que le hizo sensible a los más desfavorecidos. 






La exposición, de esta manera, recoge sus dos etapas fundamentales, unidas por una perspectiva común de mostrar y criticar la sociedad de su tiempo. En la primera, la que le hizo famoso y pudo permitirle llevar una vida holgada, se dedicó al fotoperiodismo vendiendo imágenes a la prensa sensacionalista de los sucesos más llamativos de la noche neoyorquina. Llegaba a la escena del crimen muy poco después de haberse cometido el siniestro ayudado por una radio conectada a la emisora de la policía. El resultado fueron imágenes de cuerpos ensangrentados tirados en callejones o en plena calle, fruto del enfrentamiento entre bandas criminales, a veces rodeados por los detectives analizando la situación. Pero el autor no se limitó a estos hechos, sino se ocupó, igualmente, de accidentes de coches, y sobre todo, de los incendios en los precarios edificios de aquella época.






Weeggee afirmó en algún momento que no pretendía lanzar un mensaje con sus fotografías de sucesos, pero de su análisis, la exposición demuestra otras pretensiones. Por una parte, captura el momento que los presos bajan del furgón o esperan a ser encarcelados por la policía, algunos se tapan la cara, otros se muestran más a propósito, vestidos de mujer, la causa de su detención. Por otra, captura además, a los mirones de esos sucesos como protagonistas, incluso fuera de campo. También a los propios fotógrafos de otros medios que han llegado, así mismo, a modo de autorretratos narcisistas con su cámara. También de aquellas personas con los trabajos más humildes o sin hogar, de enanos y saltimbanquis. Según su opinión, su mejor fotografía fue una preparada en un estreno de la Metropolitan Opera House, donde colocó a una mujer de los barrios populares en la entrada de la función de gala. De la misma manera, le gustaba las imágenes de las multitudes como las masas de bañistas en Coney Island.






La cámara influye en la expresión de los retratados. Los paraliza y abandonan la naturalidad del rostro. Para ello, Weegee, fotografió en la oscuridad a la gente dentro de los espectáculos empleando una película infrarroja. El resultado es una serie de ellos con las pupilas dilatadas. Finalmente, el autor, se cansó de realizar fotografías de sucesos, de gánsteres muertos, accidentes de coches e incendios. Se trasladó a Los Ángeles, y en la meca del cine, se centró en fotografiar las estrellas, el star system, no para hacer una crónica amable, sino para caricaturizarles, burlarse de su imagen. Para ello empleo su llamada lente elástica, que deformaba el rostro del artista. Creó, así, la fotocaricaturas, abandonando definitivamente su trabajo en la crónica de sucesos.





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