EL COMPROMISO POLÍTICO DE UNAMUNO


 

Hoy apenas encontramos a famosos intelectuales o filósofos que ayuden con su opinión a clarificar un problema político, mostrar su lucidez de análisis para solucionar problemas puntuales o enquistados en la sociedad. La maleza comunicativa surgida con las redes sociales en un mundo interconectado casi al instante han hecho desaparecer esas voces privilegiadas provenientes de la universidad o del estudio profundo. Vivimos el tiempo de la posverdad y el bulo o mentira burda guía a una masa receptora seducida por charlatanes a modo de predicadores que anuncian soluciones fáciles para situaciones complejas. Por ello resulta útil mostrar la trayectoria de uno de aquellos filósofos, literatos e intelectuales que desde joven se comprometieron mediante su crítica en mejorar la situación del país. La Biblioteca Nacional, presenta, así, la exposición, UNAMUNO Y LA POLÍTICA. DE LA PLUMA A LA PALABRA, que reúne un conjunto de fotografías, documentos escritos originales, cartas, borradores, artículos de prensa, libros y objetos que nos informan de este personaje fundamental de la historia de España.



Miguel de Unamuno pertenece a la llamada Generación del 98, la de aquellos escritores que pretendieron regenerar un país en decadencia después de la pérdida de las últimas colonias. Un clásico de nuestra literatura, del idioma castellano, que el autor exaltaba como fundamental para el desarrollo nacional. Pero también, un intelectual comprometido con la política de su tiempo. No un político al uso, pues se consideraba díscolo y heterodoxo para pertenecer a un partido. De todas las maneras, inició su trayectoria inmerso en la cuestión vasca, para situarse próximo al socialismo, junto a los obreros que reivindicaban mejoras de sus condiciones laborales. Siempre defendió los derechos humanos y la libertad, y la mejora de la nación a través del desarrollo cultural y la educación pública. Se opuso a las torturas y los malos tratos con los presos anarquistas, y envió una carta al mismo Antonio Cánovas del Castillo para pedir indultos. Sin embargo, nuestro personaje, a veces contradictorio y paradójico, se opuso a la ofensiva internacional en favor de los condenados de la Semana Trágica de Barcelona.



Las armas de Unamuno para su activismo político fueron la pluma, la escritura de 4.200 artículos de prensa, y la palabra, más de 600 discursos en conferencias y reuniones.  También, la posición académica que desempeñaba, primero como catedrático de griego en la universidad de Salamanca, luego, en 1900 como rector, cargo que mantendría, con no pocas dificultades por su compromiso político, hasta 1914. En este tiempo se enfrentaría contra los terratenientes salmantinos, la propia iglesia representada por el obispo Cámara, el mismo régimen político, que empleaba la famosa Ley de Jurisdicciones, y el ejército para restringir las libertades, siendo él mismo uno de sus afectados con varios procesos. Por otra parte, inició su polémica con José Ortega y Gasset por el tema de Europa, que este veía como una solución para España, mientras Unamuno, lo consideraba como un mero cliché. Su destitución como rector conmocionó a la intelectualidad y la opinión pública.



El siguiente periodo entre 1914 y 1923 fueron difíciles para el filósofo. Se puso del lado aliado frente a los alemanes a los que acusó de bárbaros y trogloditas. Escribió centenares de artículos en la prensa francesa y en España se enfrentó a la neutralidad de la monarquía en el conflicto y a la actitud del ejército. Llegó a ser condenado por la Ley de Jurisdicciones a ocho años de cárcel y a una multa. Se negó a solicitar el indulto. Una ola de solidaridad le apoyó en España y en Latinoamérica. Criticó la investigación pública del Desastre de Annual y la política colonialista en Marruecos. Finalmente fue recibido por el rey Alfonso XIII en 1922 sin resultados aparentes, pues sus críticas continuaron atacando a la monarquía, y abría la puerta a la República. Sin embargo, llegó la dictadura del general Primo de Rivera, con quien Unamuno tenía un especial enfrentamiento por encarnar lo peor del estamento militar. Sus opiniones le llevaron al destierro en la isla de Fuerteventura, a pesar de las protestas que se produjeron incluso más allá de nuestras fronteras. Luego el autoexilio, primero en Paris, para establecerse posteriormente en Hendaya.



Su actividad intelectual no paró por aquel tiempo. Burló al principio la censura con cartas personales, un diario íntimo y su poesía combativa, después publicó artículos en las revistas creadas en Francia por los opositores, entre los que se encontraba Vicente Blasco Ibáñez. La más renombrada fue Hojas libres cuyo objetivo era el mismo dictador, que consideraba una marioneta del rey y Anido. Durante este tiempo gozó del apoyo en Francia de la Liga francesa de los Derechos del Hombre, y de su propia fama en el país, que le protegían incluso del gobierno galo que llegó a acuerdos en el problema marroquí con Primo de Rivera. Unamuno regresó a España en febrero de 1930 en honor de multitudes, mientras el dictador hacia el camino inverso. Pronto recuperó su actividad intelectual y su compromiso político. Fue nombrado rector de la universidad de Salamanca de nuevo, y fue concejal del ayuntamiento, tras las elecciones de 1931. Luego diputado en la Cortes constituyentes hasta 1933. Pero su opiniones las realizaba principalmente en la prensa, primero en El Sol, donde empezó a mostrar su oposición a la marcha del régimen republicano.



A Unamuno le dolía el sistema político que permitía el enfrentamiento encarnizado entre los ciudadanos. Unas reformas de Azaña con las que no estaba de acuerdo, lo que le supondría tener que seguir publicando en el diario Ahora. Por otra parte, veía los peligros del fascismo incipiente que surgía en nuestro país, y las amenazas del régimen nacionalsocialista y su antisemitismo, que traería graves consecuencias por la facilidad de manipular a las masas. Su jubilación en 1934 fue con todos los honores y admiración por el público, a pesar que se iba distanciando de los jóvenes estudiantes. Tuvo proximidad con el gobierno de los republicanos radicales y el presidente Alcalá Zamora que le tuvo de asesor. En 1935 recibió la condecoración de ciudadano de honor. Unamuno se apartó de la República en 1936. Llegó apoyar a los militares sublevados en un primer momento, lo que le supuso la destitución como rector por parte de Azaña, luego restituido en el puesto por el propio Franco, que utilizó y tergiversó sus ideas de aquellos días convulsos para justificar el golpe de Estado que encabezaba y el enfrentamiento civil subsiguiente. 



La postura de Unamuno fue progresivamente equidistante con un bando y otro, y desde del 12 de octubre, tras ver como sus amigos intelectuales y escritores eran vilmente asesinados, crítico y temeroso de los rebeldes. El enfrentamiento con Millán Astray en el Paraninfo fue silenciado, pero las notas a lápiz en el reverso de una carta de su discurso improvisado con el famoso, Venceréis pero no convenceréis, luego demostrado con otras fuentes, le causa que sea confinado, sin ningún cargo público, en su casa hasta su muerte en extrañas circunstancias, tal vez envenenamiento, el 31 de diciembre de 1936.

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