VIOLENCIA ENTRE MAYORES


 El paso del tiempo puede erosionar una larga relación de pareja. La pasión y el afecto, que se tuvo en el pasado, se viene abajo. Lo mismo que le sucede a la vitalidad de los cuerpos, a la belleza física del hombre y la mujer. Aquel proyecto de vida compartido da signos de irse desmoronando, como la amplia casa, hoy llena de objetos inútiles. Entonces, la convivencia se deteriora, resulta imposible entre la pareja. Sale a la luz, los caracteres contrapuestos, las contradicciones que se soslayaron al principio. La infelicidad preside cada día en una lucha sin final. Es lo que le sucede a los protagonistas de la película mexicana, EL DIABLO ENTRE LAS PIERNAS, del director, Arturo Ripstein, donde dos ancianos, a los que cuida una joven sirvienta, viven el sufrimiento diario de su existencia juntos.




Beatriz, la protagonista, sufre habitualmente los insultos y vejaciones del marido, un antiguo farmacéutico que quiso ser médico. Las discusiones son constantes entre ellos. La locura de los celos se encuentran en la base de esa violencia que ejerce sobre ella, pues cree que le es infiel con otros hombres, cuando es él quien le traiciona con otra mujer. A lo único a que se dedica ella es a la práctica del baile de salón. Todo gira para el marido en la satisfacción de su instinto sexual. Humilla a la mujer por la misma razón. La situación se precipitará cuando la amante se canse del marido. Los celos y la violencia que ejerce sobre la esposa se incrementará. En este momento, interviene la sirvienta, que le informa de la infidelidad del señor.




De esta manera, la protagonista, hará lo que hasta ese instante no había hecho, ser infiel a su esposo  una noche. A la vuelta, el marido le vuelve a humillar con insultos y vejaciones, Ella, decide, en consecuencia, abandonarle, dejar a un lado los numerosos recuerdos de su vida juntos que la casa y los jardines, muy deteriorados por el paso de los años, acumula, para volver a ser libre como lo fue en su juventud. Sin embargo, aquél con ayuda de la sirvienta, le va a impedir huir. Demuestra, así, el sometimiento, la posesión que ha ejercido siempre él, incluso hasta llegar a la violencia física extrema. Un símbolo de la agresión machista de todo tipo prolongada en el tiempo.

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