La Casa de América presenta la exposición, EL CUERPO ERRANTE. EXILIO ESPAÑOL 1939-1975, que reúne numerosos objetos, fotografías y documentos escritos y sonoros sobre los exiliados republicanos tras huir una vez terminada la Guerra Civil. Se presentan ejemplos de todo tipo: una madre que vio partir a su hijo; el de un padre que huyó; militares republicanos que retornaron en los años setenta; otros los vieron morir fuera y su familia mantuvo el contacto epistolar; un conjunto amplio que se unía en la distancia por su ideología y transmitía mensajes con la apariencia de visitas turísticas. La muestra tiene seis apartados ocupando dos pisos del edificio. El recorrido se inicia en el primero con el apartado, Entre líneas, que alude a la dificultad de saber y de mantener el contacto con aquellos que se fueron del país. Era necesario mantener una apariencia de visita turística unas veces o un lenguaje figurado para informarse de lo que sucedía. Muchas cartas no llegaron a su destino, fueron cartas muertas. Se cuenta el caso de José Luis López de Haro, médico republicano del Hospital minero, que se exilió en la República Dominicana, cuyo busto fue tiroteado durante la dictadura. Un busto que la familia le envió a su destino, y que luego a su muerte retornó.
Uno de los espacios más singulares corresponde a la sección, Un millón de palabras, sobre el caso de María Fernández Grandizo que escribió más de 1500 cartas a su hijo Manolo Laguna, exiliado en México. Fueron cuarenta años de mantener un contacto con uno de los supervivientes de su familia, pues su padre y su marido fueron fusilados. Parte de las misivas se exponen en facsímil colgadas del techo. Al fondo un baúl contiene las originales y alguna fotografía, junto a casetes de voz que las complementaron al final, ya en los años ochenta. El paso al siguiente espacio sorprende por las coloristas postales de los años sesenta y setenta, pero si se profundiza un poco en los originales expuestos y en los facsímiles, podremos ver que tienen en su reverso mensajes para ser leídos en la emisora del Partido Comunista, la Radio España Independiente. Más al fondo podemos oír y ver, ser testigos de reencuentros de exiliados: el de un padre con un hijo a quien no conocía; el del hijo del último fiscal general de la República con el país que vio nacer a su progenitor; las primeras exhumaciones de fusilados; y del primer encuentro entre aviadores republicanos en 1977.
La sección más impactante y trágica corresponde, ya en el segundo piso a Las pequeñas cosas, donde en un montaje original, el visitante puede abrir una especie de armario donde se encuentra la explicación y aquellos objetos que pertenecieron a personas fusiladas por la dictadura. Lo constituyen telas escritas, diarios de cartas, piedras ensangrentadas, objetos varios que portaba el asesinado antes de enterrarlo envueltos en un pañuelo, una foto cosida con hilo, otra de un niño donde la madre escribió los nombre de sus asesinos en 1939, o la historia más sorprendente, la de una imagen en cuyo reverso hay una carta para su esposa e hija, arrojada desde el camión donde le llevaban para fusilar para ser entregada a una dirección, fotografía que llegó a su destino; también la medalla de Ramón que apareció en mayo de 2022 junto al cuerpo de una persona exhumada en una fosa de Manzanares, que decía, Muero por la libertad.
Según avanzamos en el recorrido, ya en el pasillo, se encuentra la sección, El tejido de la memoria, un conjunto de grandes fotografías de exiliadas o descendientes que cuentan sus pequeñas historias. Tienen un asiento donde sentarse para escucharlas como un auténtico documento oral. Finalmente se llega al último espacio, titulado, El exilio en un desván, formado por objetos conservados de los exiliados. Desde un recetario de comida, sin duda, muy añorada, hasta manuales escolares de las instituciones educativas creadas fuera de España, como el Colegio Madrid y el Instituto Luis Vives, mientras escuchamos las canciones cantadas por los alumnos.





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