LUCHA POR LA LIBERTAD


 

Hubo un tiempo de guerra y opresión durante los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Primero fue la Guerra Civil española que enfrentó al gobierno democrático de la Segunda República contra el ejército rebelde apoyado por el fascismo. Luego, tras su victoria en España, el combate mundial que cambió la historia y la vida de las personas de forma radical. Fue un tiempo de exilios y de lucha por mantener la libertad y la cultura  propia. Eso lo hacen los protagonistas de la película, KARMELE, escrita y dirigida por Asier Altuna, basada en la novela de Kirmen Uribe, que cuenta la historia de una mujer de ese nombre desde que fue expulsada con su familia del País Vasco en 1937 por el avance de las tropas franquistas hasta la posguerra que tiene que emigrar a Venezuela para mantener a sus hijos.



Karmele y su familia son fieles a sus costumbres y a su lengua materna, el euskera. Vive junto a la ría, pues el padre se dedica a la pesca y tiene un pequeño barco de su mismo nombre. Las tropas franquistas en su avance hacia el control del norte de España, se apropian de su casa y sus bienes. Mientras sus padres se establecen en el sur de Francia, ella ayuda como enfermera a la resistencia republicana. Tras su derrota pasa la frontera, y en el exilio, le contacta la embajada cultural vasca, para que apoye su causa y la de los presos, a través de la música y las danzas propias de su tierra. Sin embargo, después de realizar una gira por las principales ciudades, se declara la guerra contra la Alemania nazi. En ese periodo había conocido a su futuro marido, Txomin, un trompetista del grupo, al que unirá su destino.



La pareja, entonces, decide viajar a Venezuela, donde podrán seguir apoyando la causa vasca y la lucha contra el fascismo. Mientras hacen sus respectivos oficios, sirven como espías con el apoyo de los norteamericanos. A su regreso a casa, descubren que el fin de la guerra no supone la derrota del régimen de Franco, y los apoyos exteriores desaparecen en un nuevo orden bipolar impuesto por la Guerra Fría. De  todas formas, piensan continuar la lucha en un País Vasco asolado por la represión dictatorial, que les causará en última instancia su ruina.

LAS IMÁGENES DE ROBERT RAUSCHENBERG


 

La Fundación Juan March presenta la exposición, ROBERT RAUSCHENBERG: EL USO DE LAS IMÁGENES, que pretende reinterpretar su obra como una práctica esencial y estructuralmente fotográfica, que coincide con el centenario de su nacimiento, cuarenta años más tarde, en 1985, que la fundación organizase su primera exposición en nuestro país. A lo largo de su trayectoria, la manera habitual de trabajar del autor fue fotografiar y usar y reusar imágenes. Lo destacado es el cómo lo realiza, que supone además la experimentación de distintas técnicas de transportarlas al lienzo. La exposición se divide en seis secciones que marcan los hitos clave de su evolución a través de cinco décadas entre 1949 y 2000. La primera de ellas, se dedica a su práctica fotográfica, que arrancó en los años de formación en el Black Mountain College. Para el autor la cámara era un medio de comunicación fruto de su timidez. Pretendió en un principio fotografiar América palmo a palmo, pretensión que tuvo que abandonar por la enormidad del proyecto. Luego fotografió distintos países del mundo como el que realizó junto al pintor Cy Twombly por Europa y el norte de África en los años cincuenta.



El eje de la producción artística de Rauschenberg fue la experimentación y la incorporación de nuevas técnicas. De esta manera, en el principio de su carrera realizó los Blueprints (cianotipos), imágenes de objetos o cuerpos enteros obtenidas sobre papel fotosensible. Por la misma época, empezó con los llamados Combines (combinados), unas piezas concebidas a modo de collages tridimensionales, donde incluía fotografías tomadas de la prensa. Además, experimentó con la transferencia de esas imágenes ejerciendo presión y sirviéndose de disolventes. Son sus Transfer drawings (dibujos transferidos). Posteriormente, con la finalidad de reproducir una misma imagen en más de una ocasión, aprendió a realizar litografías, y sobre todo, serigrafías, tras visitar el taller de Andy Wharhol a comienzos de los años sesenta. De esta técnica fueron creadas las Silkscreen Paintings (pinturas serigrafiadas), que le llevaron a ganar el Gran Premio Internacional de la Bienal de Venecia de 1964. Una técnica que le permitía jugar con la escala y usar varias veces la misma fotografía. Unas imágenes que se presentaban con un orden aleatorio, aparentemente anárquico, pero que tenían en realidad, una lógica interna, sin jerarquías.



Un nuevo hito de su trayectoria, fue la realización de escenografías para espectáculos de danza junto a la coreógrafa y bailarina, Trisha Brown, en dos espectáculos, donde el artista empleó sus propias fotografías. En uno, Glacial Decoy (Cebo Glacial) caracterizado por cuatro pantallas donde se proyectaban; en el segundo, Set and Reset (Ajuste y reajuste), las serigrafió en una tela que sirvió de vestuario. Por otro lado, en 1984, presentó en las Naciones Unidas el proyecto ROCI (Intercambio Cultural Transoceánico Rauschenberg), que pretendía el intercambio cultural y diplomático con países que era imposible por su régimen político. Pensaba el contacto artístico produciría paz y entendimiento. Para ello durante los años ochenta viajó a la Unión Soviética, Alemania del Este, Tíbet, Cuba, México, Venezuela o China donde organizó una exposición con los resultados a partir de fotografías tomadas en cada uno de los lugares. 



A principios de los años noventa empezó a utilizar impresoras de inyección de tinta para reproducir sus imágenes y luego, transferirlas, lo que le ahorraba gran parte del trabajo. Su experimentación le llevó a transferir, de nuevo,  imágenes sobre un fondo de yeso, que recuerda a la pintura al fresco. La última sección termina con una serie de características autobiográficas realizada en huecograbado, llamada Ruminatios (Rumiaciones). Finalmente, recordar una de sus ideas, hoy de actualidad,  que es la necesidad de comprender  que la destrucción es el subproducto defensivo de la ignorancia y de las mentiras y que en último término la paz está en manos del único vehículo que queda sin corromper: el arte.



LA INFILTRADA DE ETA


 

La organización terrorista, ETA, fue creada en 1958 durante el franquismo. Al termino de la dictadura, en 1975, había asesinado a 45 personas. La llegada de la democracia supuso que parte de la organización abandonara las armas en favor de la lucha política. La otra seguiría la actividad violenta hasta su disolución en 2011. Solamente en los años ochenta, fruto de la misma, se produjeron 400 víctimas. En su trayectoria sangrienta, se recuerdan atentados masivos como el de Hipercor o el de la casa cuartel de Zaragoza. A mediados de los años noventa, la organización cambió de estrategia, además de atentar contra militares y policías, decidió atacar a los políticos, concejales, dirigentes y jueces, en la llamada socialización del sufrimiento. En esta época comienza la película, UN FANTASMA EN LA BATALLA, que cuenta la historia de una joven guardia civil infiltrada en ETA, a cuya misión se presta voluntaria desde Andalucía donde vive, a pesar que tiene que renunciar a su vida personal.



Amaia reúne condiciones adecuadas para infiltrarse en ETA: sabe hablar un poco eusquera, además de dominar inglés y francés por sus estudios de filología. Le favorece, también, su carácter solitario, metódico y ordenado. La manera para acercarse a la organización será trabajar en una ikastola dirigida por Begoña, que es un miembro destacado de la misma. Su origen, para contarlo cuando se lo requieran, será que nació en el País Vasco, y compatibiliza su trabajo con el cuidado de su madre enferma en una residencia de mayores de San Sebastián donde se desarrolla la acción. Sus simpatías con las ideas de Herri Batasuna le favorecen para su integración. Una de sus primeras labores será alojar a Arrieta, un miembro del aparato logístico, encargado del apoyo a los comandos. Así se encargará de dar las llaves del Renault 6 para cometer el atentado contra Gregorio Ordoñez.



La misión de Amaia es a medio y largo plazo, sin importarle los acontecimientos dramáticos que protagoniza la organización como asesinatos de políticos socialistas como Fernando Múgica o el exministro Ernest Lluch. Su objetivo es llegar al sur de Francia y estar lo más próxima posible a la dirección y descubrir los zulos o almacenes de armas y documentos. Antes, desde su piso en San Sebastián, logrará pasar la información de un teléfono móvil y la localización de explosivos junto a la detención de miembros de la banda, y lo más relevante, la localización del lugar donde tenían secuestrado a Ortega Lara. Con el tiempo, la protagonista, si quiere pasar a Francia, tiene que implicarse más, y participará en un supuesto atentado contra un guardia civil, a la que ella le dispara en un forcejeo. Fruto de ello, decide no utilizar más las armas, y dejar ETA con el pretexto de querer casarse. 



El asesinato de Miguel Ángel Blanco hará que regrese de nuevo al País Vasco. Esta vez, en medio de las detenciones de Begoña y otros miembros con los que había colaborado, que propiciará que sea trasladada al sur de Francia, donde será conductora en distintas acciones. Una actividad que le permitirá descubrir los zulos y las viviendas donde residía la dirección. Es la parte de más intriga de la película, cuando la banda sospecha que está infiltrada al multiplicarse las detenciones de la policía, y no les basta con asesinar a un topo, sino que ponen el foco en la misma Amaia, hasta el momento libre de sospechas, y que sabía guardar las distancias para no ser descubierta. Agustín Díaz Yanes demuestra su sabiduría en el tratamiento de la historia: sobria, precisa, llena de silencios, de peligro por la impostura de la protagonista, siempre en el filo de la navaja; de ritmo pausado, pero implacable, solamente alterado por la música italiana que utiliza para comunicarse con su jefe.