LA RAZÓN DE LA LOCURA



 Según nuestras leyes nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario. La privación de la libertad de una persona debe estar fundamentada y ser considerada como la última solución, al ser un derecho individual esencial. La Constitución de 1978 consagró estas leyes, pero su aplicación tardaron en ser asumidas por la sociedad. El nuevo régimen democrático sustituyó al antiguo dictatorial con todas las implicaciones en los distintos aspectos que afectan al individuo. También en la reclusión por enfermedad metal, donde deberían  prevalecer los deseos del enfermo antes de pasar a un sistema cerrado, sin ninguna tutela o prescripción médica que pudiera ser interesada de parte. Este es el contexto de la película, LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS, del director Oriol Paulo, basada en la obra de Torcuato Luca de Tena.




El argumento de la película se presta a la ambigüedad, que lo que parece no sea lo verdadero, sobre todo si juega con lo que piensa una persona afectada por el delirio o la debilidad racional. Un argumento que se centra en Alice, una rica investigadora privada que ingresa en un hospital psiquiátrico simulando una paranoia para esclarecer la muerte de un interno que es hijo de un médico amigo de su marido. Su principal apoyo sería el director del centro, Samuel Alvar, que estaría al tanto de su investigación. Mientras realiza la investigación y conoce algunos internos, todo se viene abajo cuando el director vuelve de viaje, y niega todo lo que dice. Entonces, el argumento se da la vuelta, lo que ha visto el espectador que ocurrió durante un incendio, en montaje paralelo, no es la historia verdadera referida a la muerte del hijo del médico, sino el relato de lo que acontece a la protagonista en su intento de escapar del sanatorio.




La que fuera esposa rica, dedicada a la investigación privada, resulta cuestionada por enferma metal. Y de haber un asesinato en el hospital, se producirán dos, todos cometidos por pacientes especialmente peligrosos. Alice intenta, así escapar ayudada por otros enfermos y médicos, cuando es sometida a varios tratamientos brutales por el director, que presumía de aplicar métodos innovadores. Al final, al espectador le queda la duda del grado de fantasía en el relato de la protagonista. Lo que si es cierto es que es una víctima, primero por su marido que le robó todo el dinero de sus cuentas, y segundo de un sistema autoritario, que bajo el pretexto de la enfermedad mental podía anular a la persona. Protegía la libertad de otros y sus intereses, frente a la del supuesto enfermo.

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