Los servicios de inteligencia en un país democrático tienen como finalidad muchas veces prevenir riesgos referidos al terrorismo. Para ello colaboran con las agencias de otros estados. Sin embargo, otras veces, son utilizados para controlar los resortes del poder con el supuesto objetivo de mantener el equilibrio, de que éste no se concentre o se utilice mal por una persona, y perjudique a las élites del país. En este caso, pudieran emplearse, maquiavélicamente, métodos ajenos a los procedimientos legales. Estas circunstancias no las cuenta la película, EL CÓDIGO EMPERADOR, dirigida por Jorge Coira, basándose en hechos reales, que constituye una interesante intriga política de espionaje que atrapa al espectador.
Juan, el protagonista, interpretado por Luis Tosar, dirige una unidad especial del Centro Nacional de Inteligencia. Tienen como misión salvaguardar la seguridad nacional. Por ello, deben infiltrarse en un chalet de lujo habitado por una pareja de traficantes de armas, que ahora van a enviar a nuestro país unas bombas radioactivas. El método que empleará será seducir a Wendy, la criada filipina. A través de ella, podrá poner cámaras y controlar los negocios de los dueños. También, robarles la información del portátil que utilizan para mostrar sus productos de contrabando. Juan, por otro lado, recibe encargos no oficiales, para averiguar, por ejemplo, los trapos sucios de un diputado honesto, que en principio no tiene mucho futuro en la política.
Otro trabajo, no oficial, será tapar los problemas de un alto magistrado en Panamá, que se ha visto implicado en el asesinato de un joven. Juan está cansado de estos encargos secretos al margen de la ley, para ocultar problemas que dañarían la imagen del país o de personas supuestamente respetables. La gota que colma el vaso será cuando tenga que fabricar unos trapos sucios al diputado, para que los servicios secretos le tengan chantajeado de por vida. En este momento, aprovechando el éxito de la operación del tráfico de armas, decide tener una nueva vida con Wendy de la que se había enamorado, no sin enviar a una amiga periodista, todos los asuntos turbios en los que había trabajado para que los conozca la opinión pública.
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