La irrupción de la enfermedad del SIDA supuso un antes y un después para las comunidades más afectadas: homosexuales, drogodependientes, y hemofílicos. Era a finales de los años 80 y principios de los 90 una enfermedad nueva de la que se desconocía su origen y muchos mecanismos biológicos. Se transmitía principalmente a través de la sangre y las relaciones sexuales. Desde el principio se supo que era un virus que destruía las defensas del cuerpo humano hasta que la incidencia de infecciones ocasionales le debilitaba y le llevaba a la muerte. Las autoridades públicas y las empresas farmaceúticas iniciaron una investigación para descubrir una vacuna o la manera más efectiva de combatir la transmisión y la infección. Sin embargo, el número de afectados creció rápidamente y los tratamientos que se empleaban eran insuficientes para frenar la enfermedad.
De esta manera, surgieron grupos combativos, que luchaban contra la transmisión del SIDA, por una parte, y por otra, en favor del incremento de las inversiones por parte de los estados para concienciar a la población y desarrollar la investigación, así como de las empresas farmaceúticas. La película, 120 PULSACIONES POR MINUTO (120 battements par minute) dirigida y escrita por el francés Robin Campillo, muestra las actividades llevadas a cabo por el grupo Act Up de París a comienzos de la década de los noventa. Un grupo formado por jóvenes homosexuales, muchos de ellos seropositivos. El propio director, y el coguionista, Philippe Mangeot, fueron militantes del mismo en aquellos años. La forma muy realista y precisa en la que está tratado el tema, basado en los debates constantes para mostrar la estrategia a seguir y los límites que se deben tener, así como las relaciones estrechas entre ellos, fueron merecedoras del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes.
La película combina, así, la reflexión ante la situación trágica del progreso mortal del SIDA, sin que haya medicamentos efectivos, las escenas trágicas de los infectados, y la experiencia personal de orientación homosexual entre los dos protagonistas, Sean Dalmazo, que está empezando a desarrollar la enfermedad, y Nathan. El ritmo que llevan los activistas resulta acelerado entre los debates y las acciones de protesta, como la de interrumpir una conferencia del representante político para lucha contra el SIDA, lanzando bolsas de sangre, o hacer lo mismo en las oficinas de la empresa farmaceútica que investiga un nuevo medicamento. En otra de las protestas, visitan un centro de enseñanza secundaria y reparten preservativos entre los alumnos ante las denuncias del director. A pesar de este ritmo acelerado de la lucha, queda tiempo para seguir viviendo de la misma manera, bailando en la discoteca, mientras se sucede el golpe mortal del virus.
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