Desde antiguo se ha dicho que la poesía es la pintura que habla, y la pintura poesía muda. Ambas disciplinas artísticas buscan expresar la belleza de la naturaleza. Una belleza que se encuentra en los paisajes o en las acciones humanas influenciadas por la felicidad que proporciona el amor. Además los sucesos de los hombres vienen condicionados por el azar o por la fuerza de las circunstancias que determinan sus acciones, motivadas, tal vez, por la divinidad. De ello trata la película, AMOR EN CUATRO LETRAS, dirigida por Polly Steele, basada en la novela de Niall Williams, en la que la vida de sus protagonistas transcurre paralela, relativamente cerca, para cruzarse en un momento esencial, al mostrar que era el destino ideal, el deseo más esperado, a pesar de los avatares del mismo.
La película parte de dos historias paralelas ambientadas en la Irlanda de los años setenta. Una en Dublín donde vive Williams, un funcionario aburrido de su trabajo, que un día decide por iluminación divina, dedicarse a la pintura. Para ello, abandona a su hijo y a su mujer. Otra, la de una familia que vive en una isla del oeste, cuyo progenitor es maestro y a la vez poeta, acompañado de un hijo varón y una chica, Isabel. Según el destino, Williams se trasladará a pintar las costas del oeste; mientras, Isabel, tras el accidente que paraliza a su hermano, es enviada a un colegio de monjas interna. Con el tiempo, el primero regresará a la capital, pues su mujer ha enloquecido y se encuentra mal de salud; la segunda, encontrará el amor en un joven que le gusta la música y trabaja con su madre en una tienda de ropa, con quien se casará.
Williams, una vez fallecida su mujer, vuelve a la costa oeste, le sigue, sin saberlo, su hijo Nicholas. Descubre a su padre vagabundo, sin rumbo, cerca del mar. Un accidente hace que las pinturas que portaban sean destruidas, salvo una. Entonces, regresan a Dublín, donde Williams, prende fuego a su casa con él dentro, mientras Nicholas estaba estudiando. Un compañero de trabajo del padre, le acoge en su casa. Tiempo atrás había comprado la pintura que se había salvado para ayudarle económicamente. Una pintura que se convirtió en el premio en un concurso de poesía en la costa oeste. Nicholas, interesado por ella, parte hacia ese lugar, y en concreto, una isla, frente a ella. Allí descubre, que quien ganó el concurso era Muiris Gore, el maestro, que la tenía en su casa. Pero lo más importante, es que le acogen en su casa, donde termina enamorándose de Isabel, en ese momento casada, que viene a ver a su hermano, paralizado y sin habla.
Nicholas terminará quedándose en el hogar de los Gore, porque su llegada coincide con la recuperación del hermano de Isabel, que como el resto de su familia, le ven como la causa determinada por el destino de la felicidad recobrada de la familia. Sin embargo, su propia felicidad consiste en amar a Isabel, que vive a distancia en tierra firme junto a su marido. Para ello, decidirá comunicarle su amor a través de varias cartas. Las primeras bloqueadas por la madre, que no quiere que su hija rompa su matrimonio a pesar de no ser adecuado. Luego, apoyadas, en un final poético donde toda la historia logra sentido, representado por aquella pintura, que hizo un largo viaje a donde fue creada.