El mes de noviembre de 1975 fue un punto de inflexión en la historia española contemporánea. La enfermedad y muerte de Franco el día 20 de ese mes creaba entre los españoles una cierta incertidumbre. Si continuaba un régimen dictatorial, sería entre grandes dificultades, si evolucionaba hacia la democracia, también sería un proceso difícil pero esperanzador. Según había cambiado la situación socioeconómica, había una necesidad acuciante de libertad, acorde con los nuevos tiempos, con lo que sucedía en el continente europeo. La película, EL CRACK CERO, dirigida por José Luis Garci, nos transporta en el tiempo a un periodo crucial para contarnos una historia de cine negro, precuela de dos películas que hizo en el pasado con el mismo título.
El protagonista se llama German Areta, un expolicía de brillante currículo, metido a detective privado, porque no podía colaborar con la represión de la dictadura. Dirige una agencia de investigación, junto a una secretaria y un ladrón de poca monta como colaboradores. Tiene que resolver el aparente suicidio de un personaje famoso del momento, el sastre, Narciso Benavides. Su amante, una mujer casada, le contrata para que resuelva el caso. El difunto en un jugador empedernido de póquer, acostumbrado a ganar y perder grandes cantidades de dinero. Averiguar la motivación del asesinato, una noche en la que había ganado, no es fácil. Tampoco hay una causa amorosa, a pesar de la fama de mujeriego del sastre.
Todo se precipita, cuando el guardaespaldas de un cantante, asiduo también a las partidas de póquer, estrangula a la pareja del detective. German Areta, se encontraba muy cerca de la verdad del caso. El sastre, en el pasado, dejó embarazada a una joven en Asturias, y se olvidó de ella. El hijo, ahora famoso y rico, decidió vengarse de su padre. Lo que no previó fue la muerte de la persona más querida por el detective. El protagonista pensaba en un futuro prometedor para España y de felicidad junto a su pareja. Todo se ha truncado por los acontecimientos del caso. Le queda seguir resolviendo turbios asuntos en la agencia, mientras, en soledad, escucha las canciones de Cole Porter, el regalo recibido por anticipado de aquella, para abrirlo en navidades.
El director, gran admirador del cine negro norteamericano, emplea el blanco y negro, como un guiño a un cine pretérito. Además, al considerarse precuela de las dos siguientes entregas, realizadas en color, refuerza la idea de predecesora. Igualmente, emplea la misma banda sonora, y tal vez, algunas imágenes de Madrid, planos generales de la capital, ahora impensables poder reconstruir sin un abultado presupuesto. Las cuidadas imágenes y el argumento enganchan desde el principio al espectador, que reconstruyen un tiempo político y social, hoy casi totalmente desaparecido.
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