La crisis financiera que se produjo en el mundo occidental en 2008 tuvo su origen en EEUU. De allí se extendió a otros países europeos y afectó especialmente a los bancos de inversión, aquellos que trabajaban en el mercado de valores. Fue una crisis del capitalismo financiero que se había convertido en un auténtico casino especulativo con la finalidad de conseguir enormes beneficios a corto plazo. Esta crisis fue igualmente fuerte si estaba relacionada con la burbuja inmobiliaria que ha causado una profunda recesión económica que todavía no se ha remontado.
Este fenómeno no es nuevo si recordamos el famoso crack del 29. También la crisis de finales de los años ochenta donde está ambientada la película, EL LOBO DE WALL STREET, dirigida por el realizador, Martin Scorsese, aunque no trata ésta directamente, sino que cuenta la actividad del corredor en bolsa, Jordan Belfort, que se hizo rico en poco tiempo engañando y estafando a los clientes. El magnífico guión de Terence Winter se basa en las memorias de este personaje. Un relato que cuenta cómo aprendió rápido el oficio de broker en una prestigiosa firma de Wall Street donde la máxima principal era apropiarse del dinero de los clientes. Al hundirse esta firma por la crisis de la época, se estableció por su propia cuenta, enseñando a un grupo de vendedores de marihuana, las habilidades que había que tener para ejercer el oficio.
Jordan Belfort, interpretado de manera brillante por el actor, Leonardo Dicaprio, se dió, junto a sus más estrechos colaboradores, al mayor desenfreno posible. A la compra de viviendas de lujo, a la práctica continua del sexo y al consumo de todo tipo de drogas. La obtención de dinero era para él semejante al disfrute del placer carnal. Este paralelismo o similitud recorre toda la película. Cuanto más dinero, más posibilidad o más motivación para practicar el sexo con más mujeres diferentes sin límite. Pero la actividad irregular en el mercado financiero llegó a oídos de la autoridades civiles. El organismo regulatorio de la bolsa, la SEC, le ofreció un acuerdo para frenarla, pero no aceptó. Al continuar con la actividad especulativa contraria a las normas y sacar dinero del país, es detenido por el FBI.
Al final fue encarcelado durante tres años, librándose de una condena mayor, a cambio de delatar a todos los socios colaboradores, pero tendrá que seguir pagando las cuantiosas multas impuestas por alterar el mercado bursátil y resarcir a los inversores. Todos estos hechos los narra el director con un intenso ritmo lleno de acertadas y sorprendentes escenas. Para ello emplea de forma precisa los recursos interpretativos y la fotogenia de los actores, que dan todo de sí en mostrar un mundo hedonista, donde el dinero es la única causa del placer y la felicidad, al abrir la posibilidad de un consumo infinito. Una actividad a la que somete el sistema económico a los ciudadanos, pero que no debe ser la única. Por tanto, la profunda crisis actual causada por estos excesos enseña que los mercados deben ser regulados, sobre todo los financieros, y la riqueza redistribuida por el estado para aquellas personas víctimas de la opulencia de unos pocos.
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