MANUEL ÁLVAREZ BRAVO, FOTOGRAFÍAS

Muchacha viendo pájaros, 1931
La Fundación Mapfre de Madrid expone una amplia muestra de la obra del fotógrafo mexicano, MANUEL ÁLVAREZ BRAVO, que comprende toda su trayectoria profesional. Vivió cien años desde 1902 hasta 2002 y puede considerársele uno de los fundadores de la fotografía moderna. En la adolescencencia empezó a aprender el oficio. Pasó  por un periodo de formación en el estilo pictorialista vigente en la época, hasta que configuró un estilo propio de carácter vanguardista influido por la estética de Picasso y la modernidad literaria del escritor Gómez de la Serna, caracterizado por la búsqueda de la fotografía pura, abstracta y constructivista. Influido por la obra de Edward Weston y Tina Modotti, pronto entrará en contacto con la mejor fotografía artística internacional al exponer en Nueva York en 1935 con Walker Evans y conocer a Henry Cartier-Bresson. A ésta le seguirían otras, como la realizada en el MOMA, que le darían a conocer como uno de los fotógrafos más relevantes de su tiempo.
La exposición madrileña reúne fotografías vintages o con copias antiguas, alguna polaroid, y documentos, cartas, catálogos, publicaciones donde apareció su obra, organizados en ocho conjuntos, no de manera cronológica. Del pictorialismo a la construcción: Formar y Construir. La visión como epifanía: Aparecer, Ver y Exponerse; y El tiempo, el cine: Yacer, Caminar y Soñar. Llama la atención la radicalidad de la propuesta del fotógrafo ya desde sus inicios como se observa en los ejemplos de los años veinte donde busca la forma geométrica en los más dispares objetos. Una propuesta que es plural a lo largo de su larga carrera profesional. Las imágenes no son realistas al uso sino están transformadas por la subjetividad del artista, una subjetividad poética que valora especialmente el medio fotográfico como arte, y lo aleja de la corriente fotoperiodística. Sin embargo está influido por la nacionalidad mexicana al traslucir una sensibilidad popular de ese origen, así como el folklore, la revolución política del país, y la estética surrealista. 
El conjunto mejor representado en la exposición corresponde a los años treinta y cuarenta del siglo XX. Un periodo convulso políticamente por el enfrentamiento bélico e ideológico a nivel internacional. Fotografiará a Trostky, a Diego Rivera o André Breton, y ejemplos como Obrero en huelga asesinado, de 1934, se inscriben en este ámbito. El surrealismo le influye en la manera de valorar los objetos en sí mismos y reunirlos en las imágenes creando un efecto significativo. Siempre persigue la creación total, la originalidad subjetiva por encima de la mera realidad, sin transformar, la mayoría de las veces los elementos que van a ser captados por la cámara, sólo con su particular mirada. Le gustan los contrastes lumínicos y el poder sugestivo de las sombras. Valora el cuerpo humano exhibido desnudo, especialmente el femenino como tema esencial que interactúa con la realidad natural, con los deseos inconscientes.
La exposición también muestra su trabajo cinematográfico, la mayoría de él, perdido. Realizó documentales y obras experimentales en los años sesenta y setenta. Fue colaborador de Luis Buñuel en Nazarín. Trata de captar la realidad en movimiento, reflejando no un instante cualquiera, sino llamativo, como es propio de su estilo. De la misma manera que en la fotografía, nos encontramos ejemplos en blanco y negro y color, que él no desdeñaría, y que lo emplearía desde época temprana, y luego en soporte polaroid. En definitiva, con el transcurso del tiempo y el cambio tecnológico, las últimas obras expuestas son de los años setenta y ochenta, el artista mantiene la misma forma de concepción visual, una mirada plural, formada desde múltiples influencias culturales, poética, de ensueño, que transciende la mera captación de la cámara, para elevar el resultado a la categoría de arte con mayúsculas.

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