LA PIEL QUE HABITO, última película del director Pedro Almodóvar responde cien por cien a su estilo. Supone una síntesis madura de las líneas iniciadas en anteriores obras, que no corresponde a un género concreto. No es una película de terror como sea dicho, ni tampoco una comedia o una intriga aunque posea elementos de cada uno de esos géneros. Verla desde esa perspectiva puede llevar a una decepción, por cuanto es ante todo una demostración de su propio estilo, de sus gustos visuales, de su manera de traspasar una historia en imágenes cinematográficas.
Almodóvar con el paso de los años ha ganado en complejidad a la hora de estructurar una película. En ésta el espectador se encuentra tres partes diferenciadas: una primera donde un perverso cirujano tiene retenida a una mujer joven contra su voluntad a la que le hace diversos experimentos en la piel hasta que se acuesta con ella, la libera, tras la violación a la que le somete su peculiar hermano. La segunda parte diferenciada sirve de explicación a la primera. Te permite comprender el relato en su totalidad. La mujer retenida en la casa fue un chico que agredió a su hija, que a causa de ello perdió la cabeza y se suicidó. El padre, experto cirujano plástico se propone encerrarlo y convertirlo en mujer. La tercera es la conclusión de la historia. El rencuentro, tras ajustar cuentas, del chico-chica con su pasado. Almodóvar por tanto emplea un relato lineal, una secuencia en flash back, e introduce un montaje repetitivo dentro de la segunda parte a la manera del director, Gus Van Sant.
Un elemento básico de la película y de su estilo es la interpretación portentosa de los actores. En este caso de Antonio Banderas en el papel del médico, Robert Ledgard, y sobre todo, Elena Anaya, como Vera, donde pone todos sus recursos mentales y físicos al servicio del personaje. El director del primero aprovecha su presencia y fotogenia masculina, de la segunda, la feminidad que transmite su rostro, su cuerpo desnudo en múltiples secuencias, en los cuales se experimenta la transformación de género y se practica el sexo, uno de los aspectos esenciales que da sentido a la película, al cine de Almodóvar, en el cual no es la primera vez que se incluye una historia donde se reflexiona sobre la identidad hombre-mujer, cuya frontera, la identidad de género, sexual, podría ser intercambiable.
Los primeros planos de la película, los de los actores, Antonio Banderas y Elena Anaya, son los mejores, muy popularizados ya por el trailer de la misma. También, son de gran gusto, aquellos que contrastan con las paredes llenas de incripciones o de diferente decoración. Almodóvar utiliza su habitual ambientación pop de vivos colores con la incorporación de reproducciones de afamados pintores como la pintura de Tiziano, Venus, el Amor y la Música, o cuadros de Juan Uslé. La relación con el arte contemporáneo se introduce hasta en el argumento hasta el punto que la protagonista ocupa su tiempo copiando esculturas de Louise Bourgeois, donde va colocándolas trozos de tela, de piel, como hace el perverso médico con ella. Una vez más, Almodóvar concede un papel protagonista a la música, la que crea Alberto Iglesias o la que introduce de otros autores, incluyendo como en Hable con ella, una actuación dentro de la película, en este caso de la cantante, Concha Buica.
En definitiva, la nueva obra de Almodóvar es un compendio de su estilo surrealista, donde un relato de ciencia ficción lleno de terror se convierte en una historia de transgénero, de identidad sexual. En la ambientación se contrasta las calles lluviosas de Santiago de Compostela, con una villa en los Cigarrales de Toledo, con interiores arquitectónicos de diseño contemporáneo. Las contraposiciones, un cierto eclecticismo estético, llenan el argumento, los personajes, la música, lo que confiere a esta nueva obra del director manchego, identidad propia y gusto artístico.
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