A comienzos de los años sesenta convivía en Polonia un régimen comunista y la iglesia católica. Permanecían todavía las heridas abiertas por la Segunda Guerra Mundial en la que gran parte del país fue destruido. Se vivía la Guerra Fría pero las modas de occidente en forma de música llegaban a la población. En esta época se ambienta la película, IDA, dirigida y escrita por el realizador polaco, Pawel Pawlikowski, que ha recibido varios premios en festivales internacionales. Cuenta la historia de una novicia que antes de tomar los votos para convertirse en monja debe conocer a la única pariente que tiene una tía, Wanda que fue fiscal del estado y ahora es juez.
Descubre un pasado dramático. Sus padres al ser judíos fueron asesinados en la época de ocupación nazi y ella acabó huérfana en un convento. Logra averiguar la granja donde vivían y quién les mató. El dueño actual de la misma que se apropió de ella. Era joven por aquella época y su padre ayudaba a los propietarios judíos escondidos en el bosque de los nazis. A cambio de renunciar a la propiedad de la misma, le informan donde está enterrada su familia. Ella y su tía trasladan los restos al lugar donde se encuentra la lápida de sus antepasados.
Después de conocer su origen dramático tiene que tomar una decisión. Si seguir el camino trazado por Wanda, con una profesión al servicio del régimen, aunque atormentada por su pasado, tanto familiar como político, o continuar la vida espiritual en el convento. Al final será la segunda opción, una vez que viva la experiencia del amor y del alcohol, de la que era ejemplo la tía. De esta manera, la última escena de la película es la de Ida regresando al convento, después de haber sido testigo del suicidio de ésta y renunciar a la libertad de formar una nueva familia en una sociedad que estaba cambiando dentro del régimen autoritario.
La historia, por tanto, se refiere a dos pasados. El de los años sesenta que evoca el director con una extraordinaria ambientación, y el de los personajes de la misma. Los dos muy atractivos para el espectador. Uno porque evoca horribles crímenes contra los judíos, y el otro, una sociedad opresiva por el régimen de inspiración estalinista con aires nuevos, que convive con la religión católica. El blanco y negro de la película es una acierto completado con una fotografía de gran calidad. El formato casi cuadrangular le aparta de otras películas comerciales dando un aspecto antiguo, en el que destaca la belleza de las luces y la composición de los encuadres.
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