El largo conflicto que enfrenta a los israelíes y los palestinos protagoniza la película, INCH´ALLAH, escrita y dirigida por la realizadora canadiense, Anaïs Barbeau-Lavalette, que recibió un merecido Premio del Jurado en el pasado Festival de Berlin. Presenta interés en varios aspectos. En primer lugar por la historia de ficción que desarrolla, que si bien no se refiere a un caso en concreto, ha sucedido de alguna manera en esa guerra en la que los israelíes mantienen sin libertad en los territorios ocupados al pueblo palestino. Pretenden defenderse de los palestinos que reivindican aquellos territorios como propios para formar un estado. Les enfrentan también diferencias culturales y religiosas que hacen difícil la convivencia, en unos lugares sagrados para ambos, en el que los israelíes tienen mayor poder militar, al que algunos palestinos intentan debilitar por las acciones terroristas.
La película cuenta cómo la joven doctora canadiense, Chloe, la fotogénica atriz, Evelyne Brochu, va a sentir de cerca el enfrentamiento entre los dos bandos. Ella vive en Jerusalén y a diario cruza el muro de hormigón que separa la parte israelí para dirigirse a un centro médico de mujeres y niños en los territorios ocupados. Vive en el mismo edificio que una joven soldado hebrea, Ava, que trabaja en el control fronterizo, y se hace especialmente amiga de Rand, otra joven, embarazada, y esposa de un preso palestino. Conoce a su hermano pequeño que lo mismo que ella se dedica a recuperar objetos de desecho en el vertedero. También al hermano mayor, Faysal, activista comprometido con la causa palestina, que lleva una imprenta donde hace publicidad de aquellos que mueren en la guerra.
La protagonista se ve afectada directamente por la situación de violencia hasta el punto que va a tomar partido por el bando más débil. Esto sucede cuando ve atropellar a un niño en el vertedero por los militares israelíes, y sobre todo, cuando Rand pierde el hijo que espera en un atasco provocado por éstos que le impiden llegar a tiempo al hospital. Así se encargará de llevar la bomba a través de la frontera que causará una matanza en una calle de Jerusalén. La explosión da inicio a la película cuyo desarrollo es un flash back explicativo de las motivaciones y los protagonistas de la misma. Al final se descubre que quien puso la bomba fue la misma Rand que se convertirá en un nuevo mártir en la lucha contra la ocupación. El título hace referencia a las últimas palabras pronunciadas en la grabación que dejó antes de morir a modo de referencia religiosa a Alá.
A pesar de la secuencia narrativa de los hechos, cuyos elementos esenciales aparecen al principio y al final, el tratamiento que le proporciona la directora canadiense resulta de interés todo el tiempo, un tratamiento alusivo, no explicito, que se centra en los aspectos emocionales y sensoriales de la protagonista, en el que valora especialmente, los primeros planos casi continuos de ella, en menor medida de los demás personajes; los sonidos naturales de los lugares donde se desarrolla la acción, la luz a distintas horas del día, los colores y las texturas de los más nimios detalles en los objetos. La directora emplea de forma sistemática el procedimiento de utilizar un pequeño elemento repetido en varias escenas, con un plano corto, como forma de dar significado a lo que el espectador ve. De esta manera descubrimos que al pintarse los labios en un espejo quien pone la bomba en la terraza del restaurante judío, es Rand, porque el pintalabios se los regaló Chloe de parte de Ava, la joven soldado.
Por otra parte, la realizadora valora especiamente lo femenino como vertiente diferente al tratamiento masculino de la realidad conflictiva. Existe, así, una relación hasta cierto punto amistosa en tanto que mujeres de las tres protagonistas de la película, frente a la cultura, nacionalidad, lengua o religión diferente, que propone una perspectiva original a la hora de sentir o dar respuesta a las dificultades, aunque esos aspectos sean en el fondo los que prevalezcan finalmente. Así, la directora con esa sensibilidad singular, muestra el desgarro que produce la violencia indiscriminada de unos y otros, que debería desparecer ante todo por las víctimas inocentes, los niños, en favor de la paz.
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