WESTERN CREPUSCULAR

El cine español trata cada vez más todos los géneros cinematográficos. Desde la comedia, el tema histórico y el drama social ha ampliado su campo hacia el cine de animación y al de terror para ganar mayor número de espectadores, haciéndose más internacional. Ahora le toca el turno al western, un género del que apenas se estrenan películas, y menos de nacionalidad española, en este caso bajo la dirección de Mateo Gil, con una película titulada BLACKTHORN. Sin destino. 
El resultado es una película que utiliza los recursos del género: grandes planos de paisajes espectaculares de Sudamérica, en concreto, Bolivia donde está ambientada. Se combina la selva con distintos tipos de desiertos, pedregosos o arenosos con vía de tren, salinos y montañosos, secos o nevados, uno de los mayores aciertos de la misma; el enfrentamiento entre buenos y malos, en este caso, unos roles cambiantes según transcurre el relato, que está protagonizado por un anciano James Blackthorn, segundo nombre de Buch Cassidy, interpretado por el actor Sam Shepard, que decide volver a EEUU, después de haber pasado más de veinte años huido. Un regreso que se complicará, y este es el desarrollo del film al encontrarse con el ingeniero español, Eduardo, que ha robado en una mina a un desalmado propietario, que luego resultará que son los pobres mineros indígenas.
Todo ello dará pie a un enfrentamiento armado entre unos y otros, que provocará a su vez la supervivencia o la muerte, y la venganza como castigo. Algo muy propio del género. De la misma manera revive el protagonista en forma de flash back ciertos episodios de su juventud cuando llegó huyendo a Bolivia. El tono melancólico o crepuscular, de recuerdo de un pasado mejor, se repite en toda la película, originado desde el personaje de Blackthorn, que añora y ensalza el valor de la amistad perdida y la libertad como valores esenciales del ser humano.
Por tanto, este proceso de recuerdo y añoranza por un pasado violento y a la vez libre, que el protagonista revive en la propia película y que está llegando a su fin en los años veinte del siglo pasado, es el mismo sentimiento que transmite el director al espectador, o lo que este percibe sobre el género cinematográfico del western, un tanto decadente ya, que produce buenos y bellos ejemplos todavía, ejercicios de estilo como el realizado por Mateo Gil, que evocan el gran cine clásico norteamericano. 

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