Ayer domingo, día 20 de febrero, terminó la Feria Internacional de Arte Contemporáneo, ARCO, un año más en el calendario cultural y artístico español, después de manifestar evidentes señales de crisis en la pasada edición. Todavía es pronto para hacer un balance económico, asunto primordial en este tipo de eventos, pero el redimensionamiento de la misma hacia un tamaño menor con una oferta, selecta, pero más adaptada al mercado español e internacional en tiempos de crisis financiera, pudiera ser sin duda positiva.
Ha habido menor número de galerías y menor número de obras expuestas, una vuelta a los orígenes este año que se conmemoraba la edición número 30 de la feria. En ella se ha apreciado la reducción significativa de la representación institucional cuando los organismos públicos españoles sufren de manera significativa los recortes presupuestarios.
Se vuelve, de igual forma, a una mayor valoración de la pintura cuyo espacio había sido reducido por el crecimiento de la oferta fotográfica y en las instalaciones multimedia, y en el que se introducen nuevos talentos
artísticos emergentes, a precios más asequibles. Este ha sido el año de Rusia y también la consolidación de la idea que en un futuro el arte contemporáneo tendrá al continente asiático como centro, determinado por su pujanza económica.
La nueva dirección de la feria ha sabido combinar la readactación comercial a las necesidades de un mercado artístico en crisis y con mucha competencia de otras citas, con el mantenimiento de lo que es ARCO para las galerías y los artístas españoles, para el público en general, una cita cultural y lúdica de la que no se le puede privar al público aficionado, porque como podía captar cualquier visitante estos días, too cool to die, es demasiado interesante para desaparecer.
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