VÍCTIMA DEL ESTADO


Hay películas cuyo argumento entretiene por su intriga o por un cúmulo de aventuras que arrastran al espectador. Enganchan desde el principio hasta el final y concluímos que es una buena película. Otras consiguen lo mismo por tratar los problemas de ciudadanos al borde de la exclusión. Lo hacen de forma precisa y sin evitar tratar las situaciones más problemáticas. Este es el caso de la última obra del director británico, Ken Loach, titulada, YO, DANIEL BLAKE (I, Daniel Blake), ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Un merecido premio para una historia que retrata las dificultades para vivir de un grupo de personas que apenas tienen ingresos y dependen de la ayuda estatal en el Reino Unido.


Los países europeos se dieron un sistema de protección social después de la Segunda Guerra Mundial que comprendían servicios médicos, un seguro de paro y una pensión digna cuando terminase la edad laboral. Este es el llamado Welfare State, el Estado del Bienestar, que desde hace unos años se está intentando acabar con él con la excusa que no se puede sufragar, mediante privatizaciones y recortes. Por otro lado, cada vez más las fuerzas políticas ofrecen a los ciudadanos reducir los impuestos para ganar votantes desde una perspectiva económica neoliberal y mayor eficiencia. 


De esta manera el estado llega a poner normas que ponen trabras y obstáculos para conseguir pensiones de invalidez o seguros de desempleo, que junto a la situación mala del mercado de trabajo por la crisis económica o los cambios del sistema productivo, provocan que muchos trabajadores y familias no tengan los recursos suficientes. Es lo que le sucede al protagonista de la película, que pierde su trabajo por un ataque al corazón, quedando incapacitado por la enfermedad pero el estado no le reconoce la invalidez en primera instancia. Tiene que pedir el seguro de paro con la obligación de firmar y entregar currículos a empresas, sin poder llegar a tener el puesto porque está enfermo.


Queda prisionero entre la burocracia sin alcanzar una situación estable de protección. Cuando consigue que su caso sea revisado, su corazón enfermo no resiste la tensión. Por otra parte, mientras espera ser recibido en la oficina de empleo conoce a Rachel, una madre soltera con dos niños, que le niegan un subsidio porque ha llegado tarde por poco a causa del tráfico y del largo trayecto desde su ciudad de origen al lugar donde le han concedido un alojamiento. Dani y ella se ayudarán en su situación precaria al borde de la miseria sin tener lo más mínimo para subsitir. La descripción de estas dos situaciones unidas, ejemplo de solidaridad ante la adversidad económica, son comunes en nuestras sociedades occidentales que han visto reducido la seguridad proporcionada por el estado, imprescindible para el bienestar de los más débiles.

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