La película francesa, THE ARTIST, escrita y dirigida por Michel Hazanavicius es todo un homenaje al arte cinematográfico. Ambientada a finales de los años veinte y comienzos de los treinta cuando el cine mudo da paso comercialmente al cine sonoro, entre el fin de los felices años de desarrollo económico y el comienzo de la Gran Depresión, cuenta como el famoso actor George Valentin, protagonista de numerosas películas, deja de hacerlo por la aparición del sonido, que requiere nuevos actores con otra forma de interpretación menos gesticulante y más apoyada en la voz.
Después del Crack de la bolsa en 1929 y el fracaso de su primera película como director, Valentin se sume en el alcohol y la desesperación. Se rompe su matrimonio y sus bienes son subastados, hasta llegar casi al suicidio. Mientras una joven actriz, Peppy Miller, a la que introdujo en Hollywood, y que desde que le conoció, se enamoró de él, le ha tomado el relevo como actriz protagonista de las numerosas películas sonoras que se hacen, alcanzando la riqueza y la fama que él perdió. De esta manera, desde su posición, ayudará a salir del drama en el que vive a Valentin, su gran amor, para volver a demostrar sus cualidades artísticas.
La interpretación del personaje de Valentin por el actor Jean Dujardin le supuso el merecido Premio al Mejor Actor en el pasado Festival de Cannes, del que no desmerecen las demás interpretaciones de la película, como la de la actriz Bérénice Bejo en el papel de Peppy, o la del actor, John Goodman, como el productor. También resulta curiosa la intepretación de la mascota del protagonista, que acompaña a éste constantemente, incluso interviene en las películas. Solamente le falta hablar, como a su dueño, que maneja todos los recursos del gesto, pero sin poder comunicarse con palabras.
La película trata por tanto de los actores utilizando el cine dentro del mismo. El espectador disfruta de una película toda ella muda, en blanco y negro, que a su vez recoge escenas de cine que ven otros espectadores en salas de aquella época o momentos de los rodajes. La propia película se convierte en sonora en breves momentos cuando el protagonista tiene una pesadilla referida al nuevo cine sonoro, o al final, cuando éste y Peppy ruedan de nuevo.
La puesta en escena resulta muy cuidada hasta el más minimo detalle en la decoración, las arquitecturas, los paisajes urbanos y el vestuario. A ésto se añade el blanco y negro lleno de la luz de California y el gusto en la composición de los planos, configurando imágenes de extraordinaria belleza, que dejan sin importancia la carencia de sonido, y concentran la atención y la admiración del espectador en el propio lenguaje cinematográfico.
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